La calle de Valverde (fragmento)Max Aub
La calle de Valverde (fragmento)

"Victoriano se entendió, en seguida, como suceden estas cosas, con el sevillano. Se hicieron amigos. Ambos mentían, y, al cabo de la calle, incapaces de echárselo en cara, se comprendieron sin dificultad.
Manolo miente por hablar, por decir y dar que decir, incapaz de faltar a la verdad si supone que sus trolas pueden herir a un tercero, maledicencia aparte. Miente por medrar a todos los ojos, los suyos inclusive. Pero en muchos momentos es capaz de desfogarse con la verdad o con lo que él supone tal. Por ejemplo: la superioridad de lo sevillano.
En cambio, Terraza se miente hasta a sí mismo. Tal vez por ello cambió hasta de nombre, a lo solapado, encubriéndose. Un día, en la tertulia del Regina, Valle Inclán y Díez–Canedo hablaron acerca de la superficie del estado de Chihuahua, en México. Martín Luis Guzmán puso las cosas en su punto y vino a hablar de los Terrazas, grandes terratenientes en aquellas extensiones. A los dos días, Victoriano añadió una s a su apellido y semanas más tarde acortó su nombre, porque Víctor sonaba más rotundo, menos castizo, que Victoriano. En Víctor Terrazas se convirtió haciéndolo con tal habilidad que nadie se dio cuenta. La verdad ¿a quién importaba? Se sintió más seguro de ese seudónimo a medias, como si pudiese ver ir y venir la gente desde un atolladero. Sentía su escopeta pegada al costado —dura— mientras los demás no eran más que caza —mayor o menor.
Al mes entró a trabajar —sin dejar el periódico— en una editorial, lo que le proporcionó, además de lo necesario para vivir, otras relaciones literarias y algunas comerciales. Por curiosidad, se puso, del brazo de Manolo Cantueso, a conspirar contra la dictadura. Le sirvió su primer encuentro casual con la policía, en casa de Rodríguez Malo, que sacaba a relucir dando a entender que había ido a verle con encargos precisos para la futura sublevación. Nadie le pidió cuenta. Avizor, olfateaba el camino.
[...]
El amor —le dijo el erudito aragonés, pequeño, escuchimizado, pendiente todo él de su nariz, el pelo revuelto, no por falta de empeño contrario sino rebelde de por sí—, el amor es una necesidad, que se despacha en un momento, como otras. Las mujeres son indispensables para ello. No tiene importancia: luego resultan tan inteligentes como los hombres. Tengo unas cuantas compañeras que no tienen nada que envidiar a nadie. "



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