El turista accidental (fragmento)Anne Tyler
El turista accidental (fragmento)

"Vio la ciudad extendida abajo, a lo lejos, como un rutilante océano dorado, las calles cintas de luz diminutas, el planeta curvándose un poco en los bordes, el cielo una concavidad violeta prolongándose hasta lo infinito. No era la altura; era la distancia. Era la vasta distancia que lo aislaba y lo separaba de todos aquellos que le importaban.
Ethan, con sus andares elásticos —¿cómo sabría nunca que su padre se había quedado atrapado en este chapitel de los cielos? ¿Cómo lo sabría Sarah, bronceándose perezosamente al sol?—. Porque podía perfectamente creer que el sol brillaba allí donde ella estuviese en este momento; tan lejana la sentía. Pensó en su hermana y sus hermanos, ocupados en sus menesteres, jugando su partida nocturna, ignorantes de cuán atrás los había dejado. Se había alejado demasiado como para poder volver. Nunca, nunca regresaría. De alguna manera había viajado hasta un punto completamente apartado de todas las demás personas del universo, y nada era real excepto su propia mano angulosa apretando el vaso de jerez.
Dejo caer el vaso, produciendo un pequeño revuelo de voces sin sentido, se dio la vuelta y cruzó la sala corriendo sesgadamente hasta salir por la puerta. Pero quedaba aquel pasillo interminable y no se vio capaz de recorrerlo. En vez de intentarlo, dobló a la derecha. Pasó al lado de un nicho de teléfono y se encontró en unos lavabos; sí, lavabos de hombres, por suerte. Más mármol, espejos, esmalte blanco. Creyó que iba a vomitar, pero cuando entró en uno de los cubículos la náusea le subió del estómago a la cabeza. Se notaba el cerebro muy ligero. Se quedó delante del inodoro, apretándose las sienes. Se le ocurrió preguntarse qué cantidad de metros de cañería harían falta para instalar un inodoro a esta altitud.
Oyó entrar a alguien que tosía. La puerta de otro cubículo se cerró con un portazo. Abrió un poco la suya y miró por la rendija. La suntuosidad impersonal de la pieza le recordó las películas de ciencia ficción.
Bueno, este problema seguramente surgía a menudo en este lugar, ¿no? O quizá no este problema exactamente pero sí otros similares: personas con miedo a las alturas, por ejemplo, que eran presas del pánico y tenían que llamar a… ¿quién? ¿El camarero? ¿La chica que recibía a los del ascensor?
Se aventuró con cautela fuera del cubículo y luego de los lavabos, y casi chocó con una mujer que estaba en el nicho del teléfono. Vestía metros y metros de gasa de tonos pastel. En aquel momento estaba colgando el teléfono y, recogiéndose las faldas con una mano, empezó a andar con lánguida elegancia hacia el comedor. "



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