Buen trabajo (fragmento)David Lodge
Buen trabajo (fragmento)

"Los estudiantes que han estado anotándolo todo alzan ahora la vista y sonríen tímidamente a Robyn Penrose, como otras tantas víctimas de un engaño que haya surtido su efecto. Dejan sus plumas y flexionan los dedos, mientras ella hace una pausa y ordena sus notas, antes de pasar a la siguiente fase de su exposición.
En Avondale Road, los chicos Wilcox han abandonado por fin sus camas y están sacando el mejor partido posible de su ocupación no supervisada de la casa. Gary se está comiendo un cuenco lleno de copos de avena en la cocina, mientras lee un ejemplar de Home Computer apoyado en la botella de la leche y escucha, a través del vestíbulo y de dos puertas abiertas, un disco de UB40, tocado al máximo volumen en el equipo de música de la sala. En su dormitorio, Raymond tortura su guitarra eléctrica, que está enchufada a un amplificador del tamaño de un ataúd puesto de pie, haciendo muecas diabólicas mientras emite aullidos y gemidos como feedback. Toda la casa vibra como una caja de resonancia. Los ornamentos tiemblan en los estantes y la cristalería tintinea en las alacenas. Un vendedor que lleva varios minutos llamando a la puerta principal, se da por vencido y se aleja.
[...]
Los escritores de novelas industriales nunca pudieron resolver en términos de ficción las contradicciones ideológicas inherentes a su propia situación en la sociedad. En el preciso momento en que estaban escribiendo sobre estos problemas, Marx y Engels estaban escribiendo los textos esenciales en los que se exponían las soluciones políticas. Pero los novelistas jamás habían oído hablar de Marx y de Engels, y de haber oído algo acerca de ellos y de sus ideas, probablemente se hubieran hecho atrás, horrorizados, al percibir la amenaza contra su privilegiada posición. Pese a toda su repulsa ante la miseria y la exploración generadas por el capitalismo industrial, los novelistas eran, en cierto modo, capitalistas a su vez, unos capitalistas que se aprovechaban de una forma altamente comercializada de producción literaria.
El reloj del campus empieza a dar las doce, y sus notas medio sofocadas son audibles en el aula. Los estudiantes se mueven inquietos en sus asientos, revolviendo sus papeles y encapuchando sus plumas. Las palancas de resorte de los carpesanos se cierran con un ruido semejante a disparos de pistola. Robyn se apresura a llegar a su conclusión. "



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