Hombres de maíz (fragmento)Miguel Ángel Asturias
Hombres de maíz (fragmento)

"Anunció la hora un presentimiento de pájaros que volaron de los árboles cercanos, al asomar al patio la cuadrilla de los que, llegado el convite, iban a soltar los cohetes, relinchos de caballitos enloquecidos, al sonar las campanas de las vísperas.
El repique no se hizo esperar. Se alzó en el inmenso y dulce silencio amonestador de la tarde que volcaba sobre las montañas profundos rosas y llameantes nubes rojas.
Y al repique, salieron disparados de las manos morenas de los que soltaban los cohetes, uno, otro, otro, otro, otro y otro cohete partiendo la pureza del aire con su quisquilloso respirar de nariz tapada, para estallar en lo alto, otros sobre las casas y otros, los que no agarraban viaje, entre los cercos y el suelo. Las bombas voladoras eran colocadas, mientras tanto, por muchachones que hacían sus primeros tanes en los morteros, y otros, más adiestrados, tan pronto como el proyectil caía en el mortero dejando fuera la punta de la mecha como la cola de una rata, aproximaban el tizón y… pon… pon… pon… estallidos violentos, terráqueos, seguidos de roncas detonaciones en medio de la celeste inmensidad ya con estrellas.
La noche sumergió a Santa Cruz de las Cruces en sus aguas de lago oscuro, hasta la altura de los cerros circundantes, ensoguillados de fogatas. Goyo Yic, helado como tacuatzín, seguía sopla que sopla el fuego con su pobre sombrero de petate viejo, por hacer algo, pues ya la quema había pasado y los tizotes habían servido.
Del alboroto de las seis de la tarde sólo quedaba la marimba querendona y apaleada, molida a palos como los árboles cuando los apalean para botar las frutas, los animales perjuiciosos cuando los apalean para que aprendan a eso, a no hacer perjuicio y a no ser haraganes, las mujeres cuando las apalean para que no se juyan, los hombres cuando los apalean las autoridades para quitarles lo de hombre que llevan dentro. Él ya no llevaba dentro nada de hombre. Se había vuelto tacuatzín, tacuatzina porque llevaba a sus hijos metidos en el bolsón del alma. Lo mineó la María Tecún. Y para siempre. Y para peor el herbolario, que le sacó los ojos y le puso ojos de tacuatzín. "



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