La cresta de Ilión (fragmento)Cristina Rivera Garza
La cresta de Ilión (fragmento)

"De mi primera visita a Amparo Dávila, la Verdadera, recuerdo sobre todo la invasión de los ojos. Había salido de la costa con dos horas de anticipación porque, aunque no iba a menudo a la Ciudad del Sur, sabía lo despacio y, a veces, lo bochornoso que era entrar en ella. Había que soportar el tráfico lentísimo frente a las garitas; había que mostrar tarjetas de identificación y sonreír a ultranza; había que demostrar que se era un individuo sensato y productivo y no otro desahuciado más en busca de medicinas baratas y mujeres fáciles. Para mi sorpresa, el proceso no duró más de quince minutos, cosa que me dejó tiempo para manejar un rato por los alrededores y desesperarme ante la tardanza de todas las cosas.
No fue difícil dar con el edificio de condominios donde vivía la mujer a la que buscaba. Estacioné mi jeep a unas dos cuadras de distancia con tal de consumir unos minutos más y evitar, en lo posible, la vergüenza de llegar demasiado temprano a una cita con una desconocida. Regresé una vez por puro miedo, y lo hice una vez más porque había dejado sobre el asiento el manuscrito que depositaría en manos de su legítima dueña. Ésa era, después de todo, la excusa que me había dado a mí mismo para llevar a cabo la tontería que estaba haciendo. La tercera vez que regresé a mi auto lo hice con toda la intención de huir. De hecho, el impulso me llevó a encender el motor y meter la reversa. Entonces, mientras miraba lo que se puede mirar a través del espejo retrovisor, recapacité: ya estaba ahí; el asunto me interesaba; no tenía nada que perder. Estos tres elementos me dijeron a su manera que ya había llegado demasiado lejos y que, a esas alturas, no había posibilidad alguna de volver atrás.
El complejo habitacional estaba compuesto por cinco torres de unos quince pisos cada una, todas ellas dispuestas alrededor de una alberca de provocativas aguas azules rodeada por palmeras y otras plantas de vistoso follaje verde oscuro, a todas luces inadecuadas tanto para la geografía como para el clima de la Ciudad del Sur. Dos jovencitas yacían sobre tumbonas de plástico, con lentes oscuros sobre los ojos y una loción bronceadora que, al brillar sobre la piel, les daba la apariencia de algo ficticio. Bajo una de las palmeras, sobre una mecedora de madera, se encontraba una mujer mayor cubierta por un caftán de seda color violeta. Los lentes negros no dejaban ver si la vieja leía el libro que tenía abierto sobre los muslos o si dormitaba, y no me detuve el tiempo suficiente para adivinarlo. Crucé el área común de recreo y me dirigí con una prisa totalmente impremeditada a la torre D. Ahí tomé el elevador hasta el piso número 5. Cuando se abrió la puerta, viré hacia la derecha buscando el número 45 y toqué a su puerta. "



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