Notas de una vida (fragmento)Álvaro de Figueroa y Torres
Notas de una vida (fragmento)

"En aquellos meses realizó Moret un viaje a Sevilla para ser mantenedor de los Juegos florales. Le acompañaron buen número de amigos. Era Moret orador insuperable para esta clase de fiestas; arrancaba el aplauso cuando se lo proponía, y su última palabra era siempre seguida de entusiasmo clamoroso.
A la par de esta fiesta puramente literaria se realizaron algunos actos políticos; uno de ellos, un almuerzo ofrecido por el marqués de Paradas. En él pronuncié un discurso arremetiendo contra los gobernadores, incluso contra los de nuestro partido; tal arremetida me proporcionó disgustos.
Pedro Rodríguez de la Borbolla, el simpático y atractivo Perico, como familiarmente le llamábamos, militaba en aquella ocasión al lado de Gamazo, y en este mismo banquete fue objeto de alusiones poco benévolas. Pero pasó el tiempo, y Borbolla, que era uno de los prestigios más sólidos de Sevilla, evolucionó hacia Moret, llegando a ser su ferviente partidario. Era Borbolla un verdadero animador de las masas y organizador consumado de las fuerzas electorales. Pocos años después, en la plenitud de su luna de miel con Moret, éste fue de nuevo a Sevilla, y Perico le preparó en el teatro de San Fernando un banquete monstruoso, al cual he de referirme cuando llegue la ocasión.
El nombre de Borbolla trae a mi memoria el de otros amigos míos de la capital de Andalucía, y, entre ellos, el de uno, no de la misma categoría, pero de condiciones singulares, que hacían de él tipo acabado del político provinciano.
Este amigo mío fue llevado por Moret al Gobierno civil de Guadalajara; era propietario y director de un periódico del partido; muy popular, ágil de entendimiento, nunca le faltaban recursos para salir de las más difíciles situaciones, aunque carecía a veces de los económicos. El último que empleó fue en su hora postrera, cuando se sintió herido de muerte. Calculando que arruinarían a la viuda los gastos del entierro si se hacía con el decoro debido a su estirpe, dispuso en su testamento legar su cuerpo a la Diputación provincial, por haber sido su presidente. La Diputación aceptó el regalo y aun dio las gracias por el recuerdo, costeando, como era obligado, digno entierro, sepultura y solemne funeral.
El problema clerical, mal llamado religioso, resurgió de nuevo en los albores de este siglo, como ya he dicho en el anterior capítulo. Su desarrollo y desaparición del estadio de la política y de la vida espiritual de España no son para olvidados.
¿Por qué renació, después de haber estado dormido tan largo tiempo? ¿Por qué, después de agitar los ánimos con pasión durante años, con rapidez dejó de actuar sobre el alma de España? Estas dos preguntas suelo hacérmelas recordando mi participación en el movimiento y lo mucho que influyó en mi actuación política. Ella me valió zarpazos bien dolorosos; aún me duelen, y más al considerar la inutilidad del esfuerzo realizado y la soledad en que a la postre nos quedamos los que con mayor denuedo combatimos por esta causa. "



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