Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin (fragmento)Vladímir Voinóvich
Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin (fragmento)

"Tras su crítica de las cosas que dejaban que desear, el partorg volvió a zambullirse en sus papeles, pues acto seguido estaba prevista una conclusión triunfal que debía ser formulada sin errores.
Cuanto más hablaba el partorg, mayor era el malestar que reflejaba el rostro del presidente. El número de aldeanos congregados ante él iba menguando visiblemente. La primera en desaparecer tras una esquina del edificio de la administración fue la abuela Dunia. Transcurrido cierto tiempo, en pos de ella salió, para desaparecer a continuación, Ninka Kúrzova. El movimiento no pasó inadvertido a Taika Górshkova, la cual largó un codazo a su marido, Mishka, y le señaló con los ojos la dirección seguida por Ninka. Sin dejar de aplaudir la frase inmediata del orador, Taika y Mishka comenzaron a deslizarse hacia la esquina del edificio. Cuando Stepán Lúkov inició un movimiento en igual dirección, el presidente, sin decir palabra, le enseñó el puño, y Lúkov se detuvo. Pero apenas Gólubiev hubo vuelto la espalda, de entre los concurrentes al mitin desaparecieron Lúkov, Frólov y la propia esposa del presidente, que se habría dicho esfumada. Gólubiev hizo con el dedo una indicación a Shikálov, que volvía con desasosiego los ojos en todas direcciones. Shikálov subió al porche, prestó oído a la orden bisbiseada, movió afirmativamente la cabeza y se ausentó para no reaparecer más.
El partorg, aplicado a la lectura de la parte final de su discurso, no había advertido nada de lo que estaba sucediendo.
Pero cuando, concluido el parlamento, alzó la cabeza para acoger los esperados aplausos, sólo vio las espaldas de los componentes de su auditorio, quienes, prodigándose muestras de amistad, se alejaban ya con rumbo indeterminado. En la polvorienta explanada que daba frente al edificio de la administración quedó tan sólo Chonkin, que, apoyada la barbilla en el cañón de su fusil, se hallaba entregado a tristes reflexiones concernientes al origen del hombre.
En su puesto del almacén, la dependienta Raísa se dedicaba a cavilar acerca de unos hechos cuyo sentido escapaba a su comprensión.
El día anterior, tras retirar de la central de abastos de Dolgov una partida de mercancía, y deseosa de aprovechar la circunstancia de disponer de un caballo, no había tomado, de regreso, el camino de su casa, sino que se dirigió a la de su nuera, a doce kilómetros de la pequeña ciudad. Una vez allí, bebió vino tinto, escuchó el gramófono y cantó por su cuenta algunas canciones. Y como se retiró tarde a dormir, se levantó también tarde. Luego, entre el desayuno (acompañado nuevamente de vino tinto) y el atalaje del carro, habían dado las doce antes de que consiguiera partir. En el camino, que le llevó largo tiempo, no se había cruzado con nadie. Por último, y del todo ignorante de lo acaecido en el mundo, llegó a la aldea. Cierto que al entrar en ella vio Raísa un gran gentío congregado ante el edificio de la administración, pero no le dio demasiada importancia. «Se habrán reunido porque sí», pensó.
Al llegar al almacén, Raísa descargó la mercancía y se dispuso a distribuirla por los estantes. Pero en aquel preciso momento se le presentó la vieja Dunia con la pretensión de que le vendiera cincuenta pastillas de jabón. "



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