La niña verde (fragmento) "Durante el viaje pude reflexionar a mi antojo, ya que el gaucho, aunque ingenioso, leal y bastante agradable como camarada de viaje, no ofrecía muchos temas de conversación. Sabía que yo estaba implicado en una misma política, pero dudo que eso significase algo para él. Sentía una aversión fija hacia los viejos godos, como se llamaba a los antiguos opresores, y sus simpatías políticas eran raciales más que idealistas. Tampoco era muy extenso su conocimiento de la región en que estábamos confinados; solía atravesarla como mensajero o guía, pero nunca había vivido en ella. Nada esencial podía agregar a los informes que ya había recibido de don Gregorio. Todo lo que yo sabía se reducía a esto: la región de Roncador era una de las antiguas provincias españolas más pequeñas. Consistía en una alta meseta, más o menos del tamaño de Irlanda. Era exclusivamente apta para el pastoreo y sólo sus límites geográficos preservaban su identidad política y económica. Tal identidad nunca habría existido sin la obra de los jesuitas, que a comienzos del siglo XVII penetraron en esa fértil región para establecer una misión, convertir y organizar a los indios guaraníes –que hasta entonces habían llevado una existencia más o menos nómada–, enseñarles los principios de la agricultura y el comercio, y algunas artes mecánicas, como la del tejido y la construcción. Durante ciento cincuenta años guiaron los destinos de la comunidad que habían logrado crear, y aunque no hay duda de que explotaron a los indígenas en pro de la gloria mundial del clero, el sistema servía al bienestar general, y si no hubieran suscitado la envidia de los poderes temporales habrían podido establecer un orden racional y genuinamente cristiano del que el mundo todo hubiese tomado ejemplo. Pero no contentos con atender al bienestar espiritual y económico de las comunidades que habían fundado, aspiraron a independizarse de la corona española también en el ámbito político (y se dice que del Papa en el ámbito teológico). Tan lejos llevaron sus intrigas y pretensiones que al fin el rey resolvió expulsarlos de todos sus dominios y urdió sus planes con tal minucia y secreto que en una sola noche cada jesuita de las colonias españolas fue sorprendido y arrestado por las autoridades civiles y militares, enviado bajo escolta a Buenos Aires y desde allí embarcado hacia España. La expulsión había ocurrido sesenta o setenta años antes de mi llegada a América. El dominio jesuítico había durado un siglo y medio, y aunque enérgico –los indígenas habían observado una estricta disciplina–, se había comprobado duradero y eficaz. Después de la expulsión de los jesuitas, las misiones decayeron por completo, ya que los indios volvieron a su anterior modo de vida o bien –y ese fue el caso más frecuente– cayeron en manos de criollos o españoles inescrupulosos. Para cada colonia fueron designados un gobernador español y tres lugartenientes; para cada ciudad, un administrador civil encargado de los asuntos temporales y dos curas que dirigían los espirituales. En realidad tal gobierno disfrazaba un sistema de expoliación y robo; cuatro años después de la expulsión de los jesuitas, la riqueza en ganado, caballos y rebaños, de la mayor parte de las misiones, disminuyó la mitad. " epdlp.com |