Jules (fragmento)Didier Van Cauwelaert
Jules (fragmento)

"Frente a la desesperante lista de espera, nos inscribió como familia de acogida. Criábamos cachorros seleccionados por la escuela de Eze-Village, en un ambiente normal, al tiempo que aprendían el oficio de perro guía. Al cabo de un año, nos dejaban para ingresar en la escuela a jornada completa, volviendo los fines de semana para descansar y jugar, hasta el día en que obtenían el diploma y pasaban a trabajar con un ciego que no era yo. Y un día, uno de ellos volvió. Me lo habían adjudicado. Era Jules.
Decir que mi vida cambió cuando el educador creó nuestro binomio sería un eufemismo. Hasta entonces, intentaba no apegarme demasiado a los cachorros de paso para no sufrir cuando se fueran. El pequeño Jules se había dado cuenta y solo dio libre curso al amor de su infancia cuando la escuela me lo asignó para siempre. Con una rapidez espectacular me devolvió la calle, el autobús, el tren, la piscina, el mar, el trineo… Y más todavía, me entrenó para leer las imágenes que me enviaba: la forma de un obstáculo, el emplazamiento de un escalón, la belleza interior o la falsedad de la gente con la que nos cruzábamos. Me transmitía mentalmente su punto de vista, su interpretación, en función de lo que era bueno para mí. Cuando no sabía qué pensar, cómo reaccionar, qué decisión tomar, me sugería una respuesta. Me hablaba al oído, con un cambio en el ritmo respiratorio, un sonido codificado, una información táctil. Incluso un mensaje telepático que componía una escena, un paisaje, un físico. Era mi apuntador de imágenes. Gracias a él quise ser una pintora de verdad. Por esos momentos en los que me traía la paleta entre los dientes, antes de empujar hacia mí tubos de colores para que eligiera.
Sabiéndome «en buenas patas», mamá pudo dejarme a su cargo. Aflojar. Ocuparse de su enfermedad de Charcot, esa atrofia progresiva del sistema muscular que había ocultado a todo el mundo. Pero era demasiado tarde, así que invertimos los papeles. Yo la ayudé a aceptar lo inevitable, a superar la pérdida de la autonomía que tanto se había esforzado por devolverme a mí, a bajar suavemente la pendiente que me había ayudado a subir.
Jules me despertó diez minutos antes de que sonara el teléfono para anunciarme su muerte. Cuando esparcimos sus cenizas por la bahía des Anges, se tiró al agua. Mi padre y mis hermanos le ayudaron a subir a la barca. Escupió agua a mis pies. Como si me devolviera a mi madre. "



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