Profecía (fragmento)Sandro Veronesi
Profecía (fragmento)

"Luego, una noche, el padre de Ropiten tuvo un infarto. Se quedó tendido sobre el billar, y el médico, cuando llegó, le salvó la vida pero le dijo también que para él se había acabado el tiempo de fumar cigarrillos y de jugar, porque tenía el corazón enfermo. De manera que el padre de Ropiten ya no pudo volver al club. Ropiten tenía dieciocho años y siguió yendo él solo al club, dos veces por semana, para llevar el conteo de puntos en las partidas de los amigos de su padre. Todo el mundo lo apreciaba mucho y siempre, después de las partidas, lo invitaban a beber algo y lo acompañaban de vuelta a casa. Al día siguiente, él le contaba a su padre quién había ganado y quién había perdido, cuántas partidas, cuánto había ganado, con qué jugadas. Luego Ropiten iba a la oficina de representante de lanas y tejidos sintéticos de su padre, a trabajar. El padre se quedaba en casa, en albornoz, y le aconsejaba por teléfono.
Algún tiempo después, a pesar de que hubiera dejado de fumar, y de ir al club, y de trabajar, el padre de Ropiten murió, de otro infarto. El doctor dijo entonces que era el destino y que contra el destino no se puede hacer nada. Ropiten se encontró solo teniendo que sacar adelante el despacho de representante de lanas y tejidos sintéticos, y el trabajo no fue ni mejor ni peor que cuando su padre le aconsejaba por teléfono.
Por las noches, dos veces por semana, Ropiten seguía yendo al club y llevando el conteo de los puntos. Los amigos de su padre seguían jugando dinero al billar y fumando, y a ninguno de ellos le daba ningún infarto y a ninguno de ellos el doctor le prohibía nada. Eso, a Ropiten, le pareció injusto. Le pareció injusto que su padre hubiera muerto sin que cambiara nada de nada, ni siquiera allí donde había pasado su tiempo durante tantos años.
Así que una noche, de repente, a Ropiten se le ocurrió algo. Mientras estaba allí llevando el conteo de los puntos se le ocurrió que podía hacer trampas. Lo probó: asignó más puntos a un jugador y menos a otro: nadie se dio cuenta de nada. Por otra parte, su treta no había sido decisiva, el ganador habría ganado de igual modo aunque él no hubiera hecho trampas. Por eso la vez siguiente hizo trampas con más atrevimiento, hasta alterar el resultado de la partida. De nuevo nadie se dio cuenta de la treta, el perdedor que había ganado puso su dinero sobre el billar y el vencedor que había perdido se lo metió en el bolsillo. Entonces Ropiten se dio cuenta de que nunca iba nadie a sospechar de él.
Comenzó a hacer trampas sistemáticamente, con un criterio preciso; a su llegada al club prestaba atención a quién era el primer jugador que encendía un cigarrillo: fuera quien fuera, Ropiten le asignaba tres puntos de cada cuatro que había logrado realmente. "



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