Una danza para la música del tiempo: Primavera (fragmento)Anthony Powell
Una danza para la música del tiempo: Primavera (fragmento)

"Tío Giles, por ejemplo, habría desdeñado el baile de los Huntercombe como uno de esos actos sociales que él, por definición, encontraba de lo más antipáticos. Para empezar, ya desaprobaba que alguien pudiera permitirse vivir en Belgrave Square —y sus ideas al respecto eran casi un eco de las palabras del señor Deacon a propósito de quienes «tenían más dinero del que era conveniente para ellos»—, en especial si, además, ostentaban títulos en sus apellidos; aunque a veces, en lo tocante al mismo asunto, se refería con familiaridad coloquial, y más pena que ira, a unos pocos miembros de su generación a los que había frecuentado más o menos en el pasado y que, por herencia, se habían visto abocados a tan triste situación. Su aversión por las fortunas recién adquiridas no llegaba a tanto, y hasta en ocasiones incluso se había aprovechado en pequeña medida de sus poseedores, siempre y cuando estos las hubieran amasado de una forma que pudiera granjearles su desprecio, por lo menos en privado, y el de los demás, y por métodos reconocidos comúnmente como indefendibles. Su mayor inquina iba dirigida contra cualquier forma de opulencia venida de lejos, en particular si se combinaban la propiedad de la tierra y cualquier cargo público, por más que este se ejerciera de forma tan poco espectacular y aparentemente tan inocua como la pertenencia a un consejo municipal o a una junta escolar. «¡Sinvergüenzas entrometidos!», solía decir al referirse a ellos.
Su condena de la fiesta de la señora Andriadis —igualmente tajante, por supuesto— le hubiera exigido, para evitar implicarse como peón de la peor especie en alguna de las facciones en liza, un enfoque mucho más matizado por su parte que el eventualmente adoptado para descalificar el baile de los Huntercombe; porque una toma de postura demasiado activa podría colocarlo fácilmente en la tesitura de defender uno u otro de los sistemas de existencia humana que normalmente combatía en algún otro sector del campo de batalla. Bien es cierto que sería una exageración afirmar que tío Giles se preocupaba mucho por mantener la coherencia de sus argumentos; antes, por el contrario, las contradicciones en su pensamiento rara vez le inquietaban. Ahora bien, si en este caso se hubiera forzado a emitir un juicio, él —o quienquiera que estudiara bien el asunto— habría apostado firmemente por la tesis de que sus primeras impresiones en la coyuntura de llegar a la fiesta de la señora Andriadis no serían muy diferentes de las que tendría si se hubiera presentado en la de Belgrave Square. "



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