Estatuas vivas (fragmento)José Zahonero
Estatuas vivas (fragmento)

"A lo lejos, se veían dos hombres con el cuerpo doblado á la tierra, trabajando en ella; multitud de manchas cenicientas se divisaban más allá, en medio de un campo; era un rebaño. Del pueblo venían uno tras otro por el sendero, en dirección contraria á la que el niño llevaba, una mujer cargada con un gran canasto de verduras, sin duda, y un obrero, con su chaquetón sobre la blusa y en la mano derecha una bolsita, en la que llevaría sin duda su pobre almuerzo.
El niño tenía el rostro amoratado por el frío, y en sus ojos había una marcada expresión de atontamiento. No se hubiera esperado de él, al verle, gran despejo de inteligencia, seguía automáticamente su camino.
El hombre y la mujer pasaron. Tras el hombre iba un perrillo; esto fue lo único á que prestó atención el niño.
El perro se le había acercado como para reconocerle olfateando; había tenido el atrevimiento de aplicar el hociquillo á los calzones del chico, y produciendo un ruido semejante á leve estornudo, se lanzó a todo correr tras el obrero.
El niño había puesto en resguardo su pedazo de pan, temiendo una acometida de aquel animalejo, que podía ser un perrillo hambriento y ratero.
Tal vez, si aquel día hubiese sido un día de cielo despejado á sol descubierto, el niño no habría ido á la escuela; las novilladas eran aún tentadoras; vivían algunos insectos que perseguir, y todavía se podían cazar, además, algunos pajarillos como en la primavera; pero en día como aquél, se ofrecía la escuela cual un lugar de abrigo, aun á riesgo de pasar largas horas en la monotonía y el martirio de un encierro.
¡Oh, si la escuela tuviera atractivo para esas pequeñas almas ávidas de luz y de alegría!
De pronto el niño se detuvo; en medio del sendero había un papel casi totalmente blanco y muy bien encuadrado; se acercó, lo tomó, y vio que era un sobre cerrado; era una carta; leyó con gran dificultad el sobre:
«Al Sr. D. Plácido Marcial.» —¡Es para el Oso! —exclamó; entonces cayó en la cuenta de que la mujer que había pasado junto á él debía de ser la criada de D. Plácido; un señor que habitaba uno de los hotelitos más próximos al pueblo. La criada volvía de hacer su compra en este y de recoger el correo de su señor, que el peatón cartero solía dejar en el estanco: la pobre vieja había perdido una carta, por lo menos.
El chico entonces pensó dar alcance á la anciana; pero ya había desaparecido, había entrado en la casa…
El niño pareció meditar un momento. "



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