Mala gente que camina (fragmento)Benjamín Prado
Mala gente que camina (fragmento)

"Volví a mi habitación del Marriott contento, lleno de energía y sintiéndome feliz por adelantado ante la mañana de domingo, completamente ociosa, que me esperaba. Es que uno a veces se conforma con tan poco, ¿verdad? Por ejemplo, Pilar Primo de Rivera se emocionó hasta las lágrimas al ver el regalo de cumpleaños que le hicieron, al principio de la posguerra, algunas de sus discípulas más cercanas: era el cerrojo de la celda de la cárcel Modelo de Madrid en que estuvo preso su idolatrado José Antonio. Dicen que, a partir de entonces, nunca se separó de ese talismán que, si lo piensan bien, es toda una metáfora de la naturaleza e ideología de esa especie de Santa Teresa de Jesús laica que quiso ser la fundadora de la Sección Femenina.
Eso sí, aunque ella supo de la muerte de su hermano el mismo día de su fusilamiento en la cárcel de Alicante, el 20 de noviembre de 1936, accedió de inmediato a la idea de Dionisio Ridruejo de fingir que seguía vivo, para transformar su poderoso espectro en un arma psicológica contra el enemigo y a favor de la moral de los nacionales. Así nació el mito del Gran Ausente, que es como Pilar empezó a llamar a su hermano en público, a partir de entonces. «Y ahora voy a haceros un ruego —les dijo, por ejemplo, a las asistentes al Consejo Nacional de la Sección Femenina de 1937—: Que os acordéis, camaradas, de pedir al Señor por el que todavía está en la cárcel y nos hace tanta falta, para que se cumpla en él lo que dice la Escritura: “Caerán a tu lado izquierdo mil saetas y diez mil a tu diestra, mas ninguna te tocará. Porque Él mandó a sus ángeles a cuidar de ti, y ellos te guardarán en cuantos pasos dieres”».
La muerte de José Antonio Primo de Rivera no fue reconocida de manera oficial hasta noviembre de 1938, es decir, dos años después de su fusilamiento. Hasta entonces, su hermana no pudo llorarlo a cara descubierta, ni cortar para él las cinco rosas de la Falange. Ya lo ven. La causa ante todo.
Estaba pensando en eso, y ya a punto de apagar el ordenador para irme a la cama, cuando llamaron a la puerta de mi habitación. Era Emily, mi profesora favorita de Athens. Estaba gloriosamente borracha, se había soltado el pelo y sus ojos parecían diez veces más azules que un par de horas antes. Llevaba una camisa blanca desabotonada hasta más abajo de lo que uno pudiese considerar un descuido y una botella de vodka en la mano. Estuve encantado de recibirlas a ambas. Yo es que no sé negarme a nada, cuando las cosas se me piden con educación. Además, Emily iba a llevarme al año siguiente a esos extraños sitios llamados Anaheim, San Luis Obispo o Visalia, de modo que me pareció interesante conocerla un poco mejor. Incluso, fantaseé un rato con la posibilidad de que volvieran a llamar a la puerta y apareciesen sus dos colegas, Charlotte y Anne, dispuestas a unirse a la fiesta. Pero claro, eso no ocurrió. Otra vez será. "



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