El rey de las dos Sicilias (fragmento)Andrzej Kusniewicz
El rey de las dos Sicilias (fragmento)

"Los últimos girasoles parecen negros a contraluz, en el horizonte, lejos, detrás del ladrillar, en los campos abiertos que se extienden hacia el Danubio. El calor sigue aumentando. El barón Kottfuss se quita su gorro rojo y se abanica. Luego enciende un cigarrillo. La cerilla apagada, en vuelo oblicuo, cae al fondo de la balsa.
En este mismo instante llega a la estación de Fehértemplom el siguiente convoy militar (número procedente de Temesvár. Los empleados de la estación, movilizados desde hace dos días, saben que a causa del descarrilamiento de un tren entre las estaciones de Versees y Moravita, desde esta mañana todos los convoyes están obligados a desviarse por Fehértemplom en lugar de utilizar la línea Versecs-Novo Selo y Pancevo. He aquí la causa de todo este desorden.
Algunos de los convoyes quedarán inmovilizados por el camino, otros, por orden telegráfica del cuartel general, al llegar el 5º ejército a orillas del Danubio y del Sava, serán de repente dirigidos hacia el norte, hacia los Cárpatos por Zenta, Szeged, Szolnok, Hatvan, o bien por Kecskemét y Budapest. Con este motivo se habla de la inminente guerra con Rusia.
El tren que, dirigido por las órdenes y contraórdenes, literalmente se ha extraviado hasta aquí, frena en la estación de Fehértemplom. Los topes de un largo tren de carga chocan uno contra otro, emitiendo una serie de sucesivos sonidos metálicos. La chimenea de la locomotora, tapada con un gran cilindro negro parecido a una marmita u olla de los cíngaros, ennegrecida por el hollín, emite un silbido plañidero. La división de artillería de los honveds llega del lejano Nagyvárad con un retraso de siete horas. En las plataformas de algunos vagones se ven cañones y furgones cubiertos con fundas de tela encerada. En otros humean las cocinas de campaña, alrededor de las cuales trajinan los cocineros. Los honveds saltan de los vagones en busca de agua. Están cubiertos de polvo y cansados por el calor; gritan y maldicen en húngaro y rumano. Un gordo oficial en un uniforme de campaña recién estrenado, con un montón de correas que le cruzan el pecho y de las cuales cuelga una cartera llena de mapas militares, los prismáticos y alguna otra cosa que balancea y brilla en el sol, vocifera apoyado fuertemente sobre sus piernas separadas y calzadas con unos botines de cuero amarillo.
El silbido de la locomotora y el estrépito metálico de los topes —que son como acordes o como una especie de gama prolongada, algo que presagia o profetiza algo— se puede oír hasta aquí, en los maizales detrás del ladrillar del barrio cíngaro. Las barracas hechas de estrechos listones mal ajustados son casi transparentes y en su mayoría vacías. Aquí y allá se alzan pilas de ladrillos. Nadie trabaja en el ladrillar, sobre el cual queda suspendido un claror rojizo, como reflejo del alba. Alrededor del edificio crecen matorrales de ortigas y ajenjos plateados por el polvo. "



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