Enero (fragmento)Sara Gallardo
Enero (fragmento)

"Nefer no mira. Desde el principio, desde que dejaron atrás el recodo y enfilaron el pueblo, mira otra cosa.
Mira junto al boliche, el palenque donde los caballos se alinean alternándose con los carros. La vista no alcanza a distinguirlos y entonces, alzando los brazos y fingiendo arreglar el pañuelo de la cabeza tiende los ojos hacia la derecha, rápidamente, a través del potrero hasta el horizonte, por si algún jinete oscuro a la distancia pero reconocible por la postura, la curva del brazo o el paso del caballo, viniera por allí.
Pero el campo está solitario y mudo bajo el sol.
Nefer piensa que no sabe cómo acabar con este miedo que come su comida y duerme su sueño. El año pasado también tuvo miedo de la confesión, pero era distinto. Y esta capilla donde cada paso suena y resuena y los gestos están trabados por los ojos que miran si traje viejo, si confesión larga, si cara de muchos pecados; y el cura allí dentro como en jaula, escuchando, tal vez vaya y le cuente a doña María, a don Pedro, o más bien a los ricos de la estancia en la hora del almuerzo, y luego la miren todos.
Antes le gustaba la misión y tenían cuentos para meses, pero hoy Nefer quiere cavar un pozo en la tierra, aunque fuese con las uñas, aunque sangraran, con los dedos si las uñas se rompían, con los brazos si los dedos se gastaban, y en el pozo profundo enterrarse, cubrir de tierra los ojos cerrados y volverse poco a poco raíz, o pasto, o barro, sin sueños, sola, olvidada del miedo. Porque los días están amadrinados, llega uno y sabemos que el otro viene, y también el otro, y el otro más, y hay que aguantarse, porque el hombre es un pobrecito que no puede levantar el cuchillo y decir: no quiero más días, sin decir: no quiero más hombre, y arreglar tal vez las cosas metiéndose el cuchillo en la barriga. Porque los días son como una tropa sin fin pasando una tranquera.
Nefer corre la mano por un tablón reseco, ida y vuelta, ida y vuelta, ida y vuelta. Los tablones son serios, hay algo sano en ellos. Pero el carro es una bolsa de huesos, salta, cruje, se zangolotea. Porquería de carro, el campo está dando vueltas.
¿Y si… si al llegar alguien viniera y les dijera: el cura se enfermó, tuvo que volverse a la ciudad, no hay misión?
No hay misión, no hay que saludar, no hay gente que mire y diga: estás delgada, pálida. ¿No hay nada de esto?
Vaya si hay misión. Está lleno de gente, y a la vez vacío. Todos estos caballos en el palenque y nadie. ¿No tendrá caballo nuevo? Pero la Nefer conoce los aperos y el del Negro, no, el del Negro no está.
Los caballos del carro saben de memoria su camino, doblan y se arriman al palenque. "



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