Beau Geste (fragmento)P. C. Wren
Beau Geste (fragmento)

"En ese punto el propio Lejaune, exponiéndose sin miedo, encabezaba la defensa, ordenando rápidas descargas cerradas que causaban un efecto terrible, tan físico como moral, hasta que el ataque cesó tan rápido como había comenzado y los tuaregs, al alzarse el sol, desaparecieron completamente de nuestra vista, para convertir el asalto en un sitio y acosarnos desde la seguridad de detrás de las cimas de las colinas arenosas.
Supongo que aquel vertiginoso ataque al alba no había durado más de diez minutos, desde el momento en que Lejaune había disparado el primer tiro, pero a mí me pareció durar horas.
Creo que abatí a un montón de hombres. Mi fusil estaba caliente y rezumaba aceite, y algunas balas habían hecho impacto en la profunda tronera en la que me apoyaba al disparar.
Allí abajo, el llano estaba cubierto de pequeños bultos de ropajes blancos o azules, que parecían más montones dispersos de “colada” que los cadáveres de feroces individuos que, un minuto antes, aullaban sedientos de sangre infiel, y cargaban sin temor para saciar tal sed.
Nuestro corneta tocó el “Alto el fuego” y, cuando dieron la orden de “¡Descarguen!, ¡Descanso!”, miré a mi alrededor según me enderezaba, descargaba mi fusil y me ponía en descanso.
Aquella era una extraña panorámica.
En cada una de las troneras había una caricatura de soldado -en alguno de los casos casi desnudo-, que tenía a los pies cartuchos disparados y, en algunos casos, un charco de sangre. Mientras miraba, una de esas extrañas figuras, vestida tan sólo con una camisa y los pantalones, cayó lentamente, se quedó sentado un instante y luego se desplomó, de forma que su cabeza golpeó ruidosamente el suelo. Se trataba de Blanc, el marinero.
Lejaune, que estaba en el centro de la azotea, se fue a él.
-Eh -gritó-. Aquí no se permite nunca vaguear -y rodeando el cuerpo con sus brazos, lo arrastró para colocarlo con dificultad en su tronera.
Allí se quedó el cuerpo, porque Blanc parecía estar muerto. Se quedó apoyado en la oquedad, el pecho apoyado en el parapeto inclinado y los codos contra los bordos exteriores de los grandes merlones.
Lejaune colocó el fusil en la parte plana de la tronera, dispuso una mano muerta sobre el mismo, y otra junto al gatillo, la culata contra el hombro muerto, una mejilla yerta apoyada en ella.
-Sigue pareciendo útil, amigo mío, aunque ya no puedas serlo -se mofó y, al volverse, añadió:
-Quizás llegues a ver el camino de Marruecos si aguzas suficientemente la vista."



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