Hombres sin mujer (fragmento)Carlos Montenegro Rodríguez
Hombres sin mujer (fragmento)

"Pascasio tenía por costumbre no fijarse nunca en los hombres a quienes servía; desde luego, repartiendo la carne era difícil, sin demorar el servicio, que el ranchero pudiera mirar la cara de cada uno, ya que mientras él despachaba una ración, el encargado del arroz podía despachar tres o cuatro.
No obstante, siempre se podía echar una ojeada a las filas al secarse el sudor o al levantarse para estirar los músculos y reconocer a los amigos, que en último caso sabían —a pesar del silencio reglamentario, que se hacía más severo al llegar al último perol, pues era allí donde se situaba el jefe de la galera—, decir una palabra oportuna para que los identificase.
Pero Pascasio no tenía amigos, ni favorecía a nadie. Cuando comenzaba a repartir, separaba las primeras capas de carne hacia los labios del caldero hasta formar un hueco donde se movía con comodidad su cuchara. Aquel día había seguido su costumbre. Después de servir a sesenta o setenta reclusos, el guiso de carne fingía un gran cráter. Bastaba con poner la cuchara para que cayera en ella la ración de carne, que se suponía de tres onzas brutas, ya que en el cálculo entraba toda la res, con la única exclusión del cuero.
Pascasio, después de preparada la carne para el reparto, trabajaba maquinalmente. En ocasiones, ajeno a lo que hacía, dejaba volar su pensamiento, mientras la subconsciencia se entretenía en mortificar cruelmente a las manos que adelantaban los platos sobre el perol.
Si el azar situaba en primer término un hermoso pedazo de boliche, precisamente como aquel que ahora se sostenía milagrosamente en el lugar más natural para ser, por fuerza, la próxima ración que se sirviera, era un placer intenso ver cómo se contraían las manos sobre el plato al caer en él, en lugar del boliche ansiado, la mísera porción de carne negra y huesuda que estaba a su lado.
Más allá de lo consciente, en Pascasio, un gato jugaba con un ratón agónico. Una crueldad imprecisa, que le nacía del instinto en acecho, de la naturaleza atrofiada por la abstinencia, se desarrollaba dentro de él, como un desquite sexual.
La abstinencia fue poco a poco limando sus impulsos naturales, hasta convertir su energía en una fuerza pasiva, tarada de la morbosidad de todo lo que está descentrado, fuera de equilibrio, lanzado lejos de la sabia armonía de la naturaleza. "



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