Lisario o el placer infinito de las mujeres (fragmento)Antonella Cilento
Lisario o el placer infinito de las mujeres (fragmento)

"Michael se enteró de que Jacques Colmar había salido de Roma mientras retrataba al marqués Annibaldi en su palacio. La furia que lo embargó ante la noticia que traía su ayudante le llevó a destrozar jarrones y a desgarrar cortinas y alfombras, no suyos sino del marqués, quien, como es lógico, ordenó que lo pusieran de patitas en la calle. Una grave mancha en su reputación de hombre de autocontrol perfecto e invencible cortesía que el Caballero había edificado en torno a su arte.
Luego se dirigió a la carrera a Via Margutta, a la casa que había compartido con Colmar, el Ostia, el Braghe, el Lisca, el Spagna, en la esperanza de localizar a alguno de ellos, pero la halló deshabitada, a excepción de algunos cacharros, piezas de poco valor, que también fueron víctimas de su furia destructora.
Una vez que terminó con los platos, se dejó caer al suelo —se había roto una de sus preciosas medias— llorando. Lloró tanto tiempo y tan profusamente como para fundirse en el Tíber. No le fueron ya de consuelo alguno, ni ese día ni los siguientes, sus costumbres privadas: contemplarse durante largos ratos en el espejo, en especial el bigote y las comisuras de la boca, limpiarse y limarse las uñas, siempre incrustadas de pintura, comer dulces, ponerse largas batas bordadas con flores de seda, robadas años atrás a una modelo. Por lo general, se disculpaba con Dios y consigo mismo diciéndose que era ropa cómoda y cálida.
Pero ahora, incluso después de haberse concedido todas estas inconfesables libertades, seguía soñando con Jacques. Ya había pasado por la experiencia de ser denigrado, insultado, golpeado por los hombres que deseaba, pero nunca le habían abandonado de aquella manera. Porque Michael estaba realmente convencido de que, en el fondo, Jacques lo amaba. ¿Qué podía querer decir, de lo contrario, una fuga así sino la revelación de un sentimiento inefable? Oh, sí, era justo eso: Jacques no había huido para sustraerse a sus atenciones, se había escapado por amor, porque no lo había vivido nunca y no sabía cómo gobernarlo.
La séptima noche tras la desaparición de Jacques, Michael había vaciado la casa de vino, de víveres, dados y cartas con motivos obscenos, lanzando los corazones de manzana con la primera orina por la terraza, y, como todas las mañanas desde que había cumplido cuatro años, se puso a rezar. Y fue durante la oración cuando la Virgen, largo rato implorada, se le presentó bajo la apariencia de Venus, lo que consideró de buen agüero, y le sugirió: vete, corre tras él, alcánzalo.
Y Michael hizo las maletas y se marchó a Nápoles. "



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