La dignidad real y la educación del rey (fragmento)Juan de Mariana
La dignidad real y la educación del rey (fragmento)

"Publio Comelio Escipión, a quien por haber destruido Cartago se dio el nombre de Africano, fue, siendo cónsul, enviado a España contra los numantinos. Escogió de entre la nobleza romana y de entre los muchos que habían sido mandados por los reyes una cohorte, que llamó Filónida, nombre que indicaba la mutua amistad, que le fue de eficaz auxilio para llevar a cabo sus empresas con aquellos soldados tan íntimamente unidos. Por eso los godos, cuando dominaron en España, tenían la costumbre de educar a los hijos de los más poderosos en el palacio de los reyes. Algunos de éstos se dedicaban a custodiar y cuidar de la persona del príncipe, a servirle en la mesa, a acompañarle en la caza cuando ya la edad lo permitía, a seguirle con sus armas en la guerra, y así se formaban los que habían de ser gobernadores de provincias y capitanes del ejército. Las hijas servían en la cámara de la reina, donde se les enseñaba las artes de Minerva, el canto, el baile y cuanto es necesario para la educación de las mujeres. Cuando tenían edad suficiente y una educación adecuada se casaban con esos compañeros, servidores del palacio. Con estas costumbres, los godos crecieron en riquezas y en poder y extendieron su imperio, arrebatando España al dominio romano.
Apenas puede concebirse cuánto amor hacia el príncipe excita una institución como ésta en el ánimo de los súbditos. Es, sobre todo, muy útil para mantener en el círculo de sus deberes a los nobles e impedir que por afán de innovar alteren la paz de las provincias, pues sus más queridos hijos quedan en poder del príncipe, como en rehenes, bajo la apariencia de un honor. Convendría, para que fuese la institución más provechosa, que no fuesen escogidos solamente estos compañeros en esta provincia, sino en todas las naciones a que se extiende el dilatado poder de la monarquía, para que entendiesen todos los súbditos que son todos tenidos en igual estima, y amando con igual amor al príncipe, se sientan más unidos a su autoridad y más obligados por aquel beneficio y no rehúsen trabajo ni peligro alguno para sostener la dignidad del rey y procurar la prosperidad del reino. De esto derivan muchas y grandes ventajas. El príncipe, con el frecuente trato de unos y otros, conocería las diversas instituciones y costumbres de todas las naciones, se haría cargo de las virtudes y los vicios en cada una, entendería sin ningún trabajo y sólo por la conversación las lenguas de todos, se familiarizaría con ellas y no tendría necesidad de valerse de intérpretes para contestarle, cosa que es vejatoria para las naciones sometidas a un mismo rey. No quiero que los niños de provincias extrañas hablen en el idioma del príncipe, sino en sus lenguas maternas.
Podríamos probar con muchos ejemplos sacados de nuestra historia de cuánta importancia es este precepto, pero voy a aducir otros extranjeros y en particular los de cuatro reyes, todos ellos ilustres en sus naciones, que merced a su educación y a esos preceptos fueron tan grandes príncipes que sólo pueden ser comparados con muy pocos. En primer lugar, Sesostris, rey de Egipto, cuya grandeza es conocida. Su padre, cuando nació, dispuso que fuesen llamados a palacio cuántos niños hubiesen sido dados a luz aquel día, para que, educados e instruidos juntamente, estuvieran más ligados unos a otros y más dispuestos a arrostrar los peligros de la guerra. Así lo testimonia Diodoro en el capítulo 1.°, libro 11, de su Historia. Encuentro mal aquí la forma de elegir, pues fiaba el rey al capricho de la suerte cuáles habían de ser los futuros servidores de su hijo, sin conocer de qué facultades naturales estaban dotados. En medio del error de este rey extranjero, brilla, sin embargo, la luz de la verdad, al disponer que fuesen educados e instruidos por igual todos aquellos niños y por igual también fuesen educados con su hijo en todas las virtudes, en el valor militar y en la prudencia civil, conforme permitiesen el carácter y las condiciones de cada uno.
Recuerdo también a Ciro, fundador del imperio persa, que fue también educado con otros en condiciones de igualdad, y haciéndolos iguales en valor, pudo aumentar la riqueza y la gloria de su reino. Tuvo para con estos compañeros las mayores deferencias, les hizo a todos iguales mercedes, fue con todos generoso, los consultó, los llevó a sus cacerías, les procuró juegos donde pudiesen ejercitar el cuerpo para las luchas verdaderas, para unirlos con lazos de benevolencia recíproca entre sí y consigo mismo. Así se consiguió que aquellos jóvenes no creyeran que había nada mejor que merecer la gracia de su príncipe y aspiraron a alcanzarla con todo su esfuerzo. Testigo de ello, Jenofonte, en los libros que escribió sobre la vida y educación de Ciro, ya con el objeto de darnos una verdadera historia, ya con el de presentarnos la figura de un excelente príncipe, libros dignos, a la verdad, de que los reyes no los dejen de la mano, pues no falta en ellos nada de lo que puede contribuir a su prudencia y su templanza. "



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