El último paraíso (fragmento)Antonio Garrido
El último paraíso (fragmento)

"Entre trago y trago, el campesino le había asegurado haber sufrido en sus carnes las continuas devaluaciones que habían depreciado sus ahorros hasta otorgarles el valor de un puñado de nieve. Y por esa misma razón le había aconsejado a Jack que ocultara su dinero. Si no lo hacía, la guardia fronteriza le entregaría dos rublos por cada dólar, pero si lo escondía, en el mercado negro ruso podría obtener hasta cuarenta y cinco.
—He visto que manejas dólares. Yo podría ayudarte, a cambio de una pequeña comisión. Sólo hay que conocer a las personas adecuadas —le había propuesto, justo antes de que su mujer le propinara un codazo para recriminárselo.
A Jack le había interesado. Obsequió al matrimonio con alguno de los manjares adquiridos y animó a Constantin a que continuara. Quizá sólo fuera una corazonada, pero las palabras de aquel hombre destilaban la sinceridad de quien no tiene nada que perder porque ya lo ha perdido todo. Recordó que, tras vaciar la primera botella, el campesino le había hablado sobre su antigua condición de kulák, un próspero terrateniente heredero de las tierras que sus padres heredaron de sus abuelos. Constantin se tenía por un patrón honesto, que trataba a sus trabajadores con aprecio a cambio de un jornal justo. Aun así, los bolcheviques lo tacharon de explotador al que se debía exterminar. Tuvo la suerte de sobrevivir. No como otros. Odiaba tanto a los bolcheviques que, de haber tenido la oportunidad, los habría matado a todos con sus propias manos. Mediada la segunda botella, le explicó que tras las expropiaciones que sucedieron a la Revolución de 1917, él y los suyos subsistieron trabajando como esclavos en una granja colectiva. Durante años soportaron las amenazas y las burlas de sus antiguos siervos hasta que en 1921, el presidente Lenin implantó el NEP, el Nuevo Plan Económico que conduciría a la Unión Soviética a la cima de la prosperidad. Aquellas siglas tan asépticas significaron para Constantin un atisbo de esperanza, pues de la noche a la mañana la propiedad privada volvió a considerarse algo legal. Su rabia y su determinación le impulsaron a trabajar a destajo, robándole horas al sueño y ahorrando lo suficiente como para hacer rentables los cultivos de la pequeña parcela que los bolcheviques le permitieron adquirir. Poco a poco, y con inmensas privaciones, volvió a florecer, sin caer en la cuenta de que los bolcheviques jamás tolerarían la prosperidad individual aunque ésta se hubiera logrado con sudor y sangre. Stalin se encargó de demostrárselo cuando, a los tres años de llegar al poder, abolió la propiedad privada aprobada por Lenin. Sin embargo, en esa ocasión, cuando los bolcheviques vinieron a expoliarle, su hijo mayor se enfrentó a ellos a pedradas. Ahora yacía enterrado bajo la misma tierra que aró hasta morir.
Por eso Constantin bebía, y por eso los odiaba. Desde entonces, él y los suyos vivían del contrabando bajo la apariencia de una familia campesina que viajaba de vez en cuando a Finlandia para visitar a unos parientes. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com