Léon y Louise (fragmento)Alex Capus
Léon y Louise (fragmento)

"Para ilimitado asombro de Léon, pasaron un domingo tranquilo y agradable como la más feliz de las familias, pasearon por el Jardin des Plantes a la lechosa luz de noviembre y le enseñaron al pequeño Michel los mamuts y tigres diente de sable disecados del Museo de Historia Natural, tomaron helado de limón en la Brasserie du Vieux Soldat y montaron a su hijo en la moto del tiovivo instalado a la entrada de los jardines de Luxemburgo. Yvonne había estado todo el tiempo cogida de su brazo y seguido como una gata cada uno de sus movimientos con sus caderas de embarazada, como si desde siempre ambos hubieran compartido las mismas metas, deseos e intenciones.
Al principio, a Léon le había irritado la ausencia del inevitable drama. Lo asombraba, por una parte, la generosidad de Yvonne, y por otra que él hubiera podido ser infiel tan rápido a su infidelidad; pero luego se dio cuenta de que su mujer lo había vencido al hacer suya su escapada, al convertirla en un episodio más de su matrimonio. En el futuro, su reencuentro con Louise no se alzaría entre ellos, sino que los uniría como un recuerdo común. Fuera como fuese, también era consciente de que en última instancia esa generosidad descansaba sobre una implacable crueldad: sobre la certeza de que Yvonne dependía de él y que, en tiempos de crisis e inflación, y en un país católico como Francia, a un hombre con sentido moral como Léon le sería imposible abandonar a su primogénito y a la esposa a él confiada por Dios, embarazada de cinco meses, sólo para buscar la felicidad al lado de otra mujer.
De hecho, para el propio Léon era tan evidente que se quedaría con Yvonne que no resultó una obligación, ni siquiera tuvo que reflexionarlo. Seguirían juntos y nunca se divorciarían, primero, porque a ninguno de los dos les faltaba apasionamiento para una catástrofe final, pero sí la medida necesaria de falta de escrúpulos y egoísmo propia de los dramas conyugales, a pesar de toda la magnanimidad sentimental; segundo, porque a pesar de la alienación y la distancia su matrimonio estaba sostenido por un sentimiento fraternal de afecto, benevolencia y respeto que jamás habían traicionado; por eso, en tercer lugar, nunca habían percibido de verdad el lazo más importante y que más une a la mayoría de las parejas: el miedo al hambre y la miseria en la soledad de una buhardilla sin calefacción.
Ya oscurecía cuando regresaron de su excursión dominical. En la cocina cenaron jamón, huevos fritos y pan, acostaron al pequeño Michel y se fueron también a la cama. Entre las sábanas y presas de una triste felicidad, se sintieron más próximos que en mucho tiempo, y no obstante el peso que le oprimía el corazón, Léon se sintió unido al destino de su esposa. "



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