El devorador de calabazas (fragmento)Penelope Mortimer
El devorador de calabazas (fragmento)

"Bajé a llamar al médico. Luego fui a la cocina y puse agua a hervir. La cocina estaba llena de bandejas. Durante dos días y dos noches mi madre había dicho: «Tienes que tomar un bocado, cariño» o «Sí, creo que tomaré un bocado». Tiré todos los bocados a la basura y vacié tres teteras. Mi padre ha muerto, me dije con cautela. Mi padre ha muerto. En cierto modo, sentía que debía ser una gran declaración, trágica y triunfal. Mi padre ha muerto, larga vida a… Pero eso era para los hijos. Él no tuvo ningún hijo. Nunca me había necesitado hasta ese momento en que me cogió las manos. Las manos de un hijo habrían sido duras, no le habrían reconfortado. Quizá había intentado decirme que estaba contento conmigo. O quizá en esos últimos minutos, apenas vivo, había necesitado protección, amparo frente a alguna luz intolerable. Mientras me lavaba las manos bajo el grifo de la cocina y las secaba despacio, dedo a dedo, con la toalla, pensé en todas las cosas que habían hecho: ahora eran musgo para los ojos de un muerto. Manos familiares, muy parecidas a las suyas: anchas, de dedos largos y yemas cuadradas, la piel ya arrugada en los nudillos, el anillo de boda suelto. Las notaba vacías. La única sensación que tenía era de manos vacías.
Esa noche, más tarde, mi madre y yo nos sentamos en el estudio de mi padre. Habían venido a amortajarlo y durante horas, me pareció, la casa se llenó de pasos enlutados, cubos y mortajas («cualquier cosa servirá, querida, mientras sea bonita y limpia. Un viejo mantel, eso irá muy bien»). Habían dejado las ventanas de su habitación abiertas de par en par y hacía mucho frío en la casa. Mi padre yacía como un hombrecillo sorprendido por una nevada en la cama doble, con sábanas limpias e innecesarios montones de almohadas. Estaba torcido, pero no tuve el valor de enderezarlo. El viento y el olor a formaldehido, la oscuridad y la cama gélida, me asustaron en contra de mi voluntad. Mi madre y yo estábamos muy a gusto en el estudio, casi escandalosamente a gusto. Yo había comprado brandy y ella estaba algo achispada. Cada vez que crujía una puerta alzábamos la vista, pero sin mirarnos para no sembrar la alarma. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com