Gran Sertón: Veredas (fragmento)Joao Guimaraes Rosa
Gran Sertón: Veredas (fragmento)

"Pero he llevado mi sino. El mundo, aquel en que estábamos, no era para uno: era un espacio para los de media-razón. ¿Para oír al gavilán gañir o a las tantas seriemas que chungueaban, y avistar los grandes ñandúes y los venados corriendo, entrando y saliendo hasta de los viejos corrales de juntar ganado, en quinterías sin morador? Aquello, cuando el yermo mejoraba de ser sólo yermo. La llanura es para aquellas parejas de tapies, que tronzan sendas anchas en la espesura por donde, y sin saber de nadie, soplan su fuerza bruta. Aquí y aquí, los tucanes señoreantes, llenando los árboles, de mí a un tiro de pistola; esto lo resumo mal. O la gallina chocha, llamando a sus pollitos, para escarbar tierra y con ellos los bichitos comestibles catar. Finalmente, el birro y la garriza sirigritando. Ah, y el sabiá negro canta bien. Veredas. En lo más, ni muertalma. Días enteros, nada, toda la nada: no caza, ni pájaro, ni codorniz. ¿Sabe usted lo más que es, eso de navegar sertón con un rumbo sin término, amaneciendo cada mañana en una parada diferente, sin juicio de raíz? No se tiene donde acostumbrar los ojos, toda firmaza se disuelve, esto es así. Desde el rayar de la aurora, el sertón entonces. Los tamaños. Su alma. Pero Zé Bebelo, andante, estaba desperdiciando el consistir. Y que el Hermógenes sólo hiciese por huir toda la vida, esto no lo entendía él. “Está cavando su agujero, está, ¡ya lo verás!”, hueco de la paciencia, rezongó. Y eso que, en aquellos días, hablaba él menos; o, cuando hablaba, yo no quería oír. Digo que, en lo civil trivial, Zé Bebelo me indisponía con algún fastidio. Antes una conversación con Alaripe, solamente sencilla, o con el Fafafa, que estimaba fraternalmente a los caballos, todo lo entendía de ellos, maestro de doma y de cría. Zé Bebelo sólo tenía gracia para mí cuando al borde de los acontecimientos —en decisiones de fuerte necesidad y vida cambiada— en las horas de hacerse. El acosar. Si no, aquella mente de prosa ya me aborrecía.
Monte andante, a lo demorable, entonces así y asaz yo aireé pensamiento. Pensaba en el amor. Amormente. ¿Era Otacilia, a bien decir, mi novia? Pero lo que yo necesitaba era una mujer administrada, de la vaca y de la leche. De Diadorín debía de conservar un disgusto. ¿De mí o de él? Las prisiones que están aseguradas en lo vago, en uno. Pero yo, poco a poco, blando pensaba, de esos despertados en el sueño: y veía, lo reparado, como él principiaba a reír, caliente, en los ojos, antes de exponer la risa de aquella boca; cómo decía mi nombre con un agrado sincero; cómo aseguraba la rienda y el rifle, en aquellas manos tan finas, blandamente. Aquellos Generales de sierras planas, una belleza por ser todo tan grande, dejándote chiquito. Como si yo estuviese calzando un par de chanclas muy holgadas; y yo quería un sinapismo, bota de reglamento, duro, redomón. "



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