Daha! (fragmento)Hakan Günday
Daha! (fragmento)

"Necesité dos horas para enterrar al pequeño hombre. Una para cavar el agujero y otra para taparlo. Fue así como un año antes mi padre había enterrado a Cuma. Yo le había preguntado: «¿Y si viene alguien?», pero él me contestó: «No tengas miedo, nosotros no enterramos a un muerto, ¡tapamos un agujero!». En efecto, cavar y tapar un agujero era cosa de dos horas. Si se hubiera tratado de enterrar a un muerto, si hubiese pensado por un instante que estaba enterrando a un ser humano, aquello habría durado al menos un siglo. Sobre todo sabiendo que había sido yo quien había causado su muerte... Por esta misma razón mi padre se había mostrado sereno mientras enterraba a Cuma. Él era responsable de su muerte pero no había sido él quien lo había matado... Era lo mismo conmigo. Yo no había matado al pequeño hombre. Era completamente responsable de su muerte pero no había participado en su linchamiento ni había observado en silencio cómo se desarrollaba. ¡Lo que había empujado a Rastin a la prisión, impidiéndole ir a la universidad de Estambul para terminar su licenciatura, era el Destino! ¡Y el destino era yo! Yo era la suma de las condiciones de vida de esa gente. Y el resultado de esa suma era un cero, un cero inmenso, suficientemente grande como para contenernos a todos. ¡Un cero tan grande como el anillo de Saturno! Y justo por eso no sería yo quien iba a oír la voz de aquel pequeño hombre durante el resto de mi vida. Sería Rastin. A partir de ese momento, él tendría también su Cuma, un pequeño hombre que renacería en cada instante y le haría sentirse atosigado en todas las islas desiertas. Porque aquellos que lo habían golpeado hasta la muerte eran sordos. Hacía tiempo que sus tímpanos estaban tan perforados como sus conciencias. La voz del pequeño hombre, rebotando en los oídos de todos aquellos sordos, terminaría tarde o temprano por alcanzar el espíritu de Rastin. Todo esto lo sabía porque recordaba como maté a Cuma. Simplemente porque quería joder a mi padre, no me levanté para encender la ventilación. Era lo mismo con Rastin. Simplemente porque odiaba al pueblo no intervino en el linchamiento. Quería, de un solo golpe, precipitar al pueblo hacia el pozo sin fondo de la culpabilidad. Pero se había equivocado: era el único en aquel depósito capaz de sentir remordimientos. Si los otros lo hubieran sido, no se habrían quedado mudos cuando Rastin y sus camaradas fueron encerrados en prisión o dieron su vida. Aunque no los escucharan, habrían podido por lo menos abrir la boca para vomitar en las calles por donde arrastraban a Rastin encadenado. Pero no recuerdo haber visto nunca en la tele una historia de vómito colectivo en Afganistán. Y la voz de ultratumba del pequeño hombre, sin otra posibilidad, solo perseguiría a Rastin. A fin de cuentas, los fantasmas lo sabían todo. Reconocían quién era un muro de carne y quién un ser humano, se insinuaban a los humanos y les susurraban a la oreja todo lo que sabían. "


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