Las confesiones del señor Harrison (fragmento)Elizabeth Gaskell
Las confesiones del señor Harrison (fragmento)

"Se puso muy nervioso. Era evidente que se sentía en peligro. No le parecía imposible que la señorita Tomkinson viniera a casarse con él, vi et armis. Creo que incluso se le pasó por la cabeza la idea de un rapto. A pesar de todo, se encontraba en mejor situación que yo, porque estaba en su propia casa y, según las noticias, solamente se había comprometido con una mujer, mientras que yo, como Paris, me encontraba entre tres bellezas en liza. Alguien había sembrado la manzana de la discordia en nuestra pequeña ciudad. Sospeché entonces lo que ahora sé a ciencia cierta, que todo era obra de la señorita Horsman, aunque sin intención, tengo que decir por hacerle justicia. Pero había pregonado la historia de mi comportamiento con la señorita Caroline en el oído sordo de la señora Munton, y está convencida de que yo me había comprometido con la señora Rose, se imaginó que el pronombre masculino aludía al señor Morgan, a quien esa misma tarde había visto tête-à-tête con la señorita Tomkinson, compadeciéndose de ella, no me cabe la menor duda, en actitud tierna y respetuosa.
Estaba muy acobardado. No me atrevía a volver a casa, aunque a la larga no tenía más remedio. Hice cuanto pude por consolar al señor Morgan, pero no se dejaba. Al final me marché. Llamé al timbre. No sé quién abrió la puerta, pero creo que fue la señora Rose. Me había puesto un pañuelo en la cara y, murmurando que tenía un dolor de muelas terrible, subí corriendo a mi dormitorio y eché el cerrojo. No tenía ni una vela, pero me daba igual. Estaba a salvo. No podía dormir y, cuando por fin caí en una especie de sopor, fue diez veces peor que estar despierto. No era capaz de recordar si me había comprometido o no. De ser así, ¿con quién? Siempre me había considerado un hombre bastante corriente, pero seguramente me equivocaba. Debía de ser fascinante, puede que incluso apuesto. En cuanto amaneció, me levanté con la intención de comprobarlo en el espejo. Ni aun con la mejor voluntad para convencerme veía ningún rasgo de belleza en esa cara redonda, sin afeitar y con un gorro de dormir como el de un bufón. ¡No! Me conformaba con ser corriente aunque agradable. Todo esto te lo digo en confianza. Por nada del mundo airearía mi pequeña parte de vanidad. Me quedé dormido ya casi de mañana. Me despertó un golpe en la puerta. Era Peggy, que venía a entregarme una nota. La cogí. "



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