El solitario (fragmento)Eugène Ionesco
El solitario (fragmento)

"Sentía el pelo duro, que ya empezaba a encanecer. Me contemplaba a disgusto: la nariz demasiado grande, los ojos de un azul pálido, inexpresivo, el rostro algo abotagado, los cabellos despeinados, demasiado largos, ya que no iba muy a menudo a la peluquería, las orejas demasiado grandes, las arrugas aquí y allá..., nadie era como yo, todo el mundo debía darse cuenta de que no era como los demás. Tal singularidad debía ser molesta. Sin embargo, mi cara no tenía nada de anormal. Era como los demás sin ser como los demás. El carácter insólito de mi persona debía transparentar a través de mi piel. Con todo, nadie me miraba por la calle, la gente no se volvía para mirarme. Pero tal vez sí..., tal vez la portera, la vecina del perrito, mi asistenta, que meneaba la cabeza al mirarme, y también la camarera del restaurante que me trataba de una manera muy particular, medio amistosa, medio despectiva. Con los demás no solía cruzar la mirada. Pero si me miraban lo hacían con una especie de hostilidad. Sí, era eso: todos me manifiestan hostilidad o indiferencia. Pero yo también siento por ellos la misma hostilidad y la misma indiferencia. ¿Qué podían reprocharme? Que no viviera como ellos, que no me resignara a mi destino. Y yo, ¿Qué les reprochaba? Nada. Sobre todo cuando pensaba que en el fondo eran como yo. Eran yo. He aquí por qué los miraba con malos ojos. Porque eran otros sin ser del todo otros. Si hubieran sido realmente distintos de mí, habría podido tomarlos por modelo. Ello me habría confortado. Tenía la sensación de soportar el miedo total y la angustia de millones de seres humanos, el malestar de todos. En otras condiciones, cada uno de ellos viviría la misma angustia, el mismo miedo a la vida, el mismo malestar. Pero la gente no profundiza en su vida. Primero adolescentes, luego adultos, finalmente ancianos, viven en una suerte de inconsciencia o de resignación inconsciente. Se defienden como pueden y cuanto pueden contra ellos mismos. Pero si profundizaran en sus sentimientos, cada uno viviría la angustia y el miedo de millones de seres humanos. Esta angustia está en cada uno de nosotros, lo cual me parece una crueldad cierta de la divinidad: cada uno es a la vez único y todo el mundo, cada uno es lo universal. Con lo fácil que habría sido que la angustia y la desesperación y el pánico hubiesen sido repartidos a partes iguales entre todos los miles de millones de seres humanos. Entonces nuestra angustia habría quedado enormemente reducida. Pero no es así: cada cual arrastra en su muerte al universo entero que se hunde. "


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