Viaje a pie (fragmento)Fernando González Ochoa
Viaje a pie (fragmento)

"Meditamos. Nos miramos hacia dentro aterrorizados, así como lo hicimos tantas veces en la umbrosa capilla jesuítica bregando por asir los picaruelos e invisibles animalillos que eran nuestros pecados, para arrojarlos humildemente en la sotana olorosa del padre Cerón. Minúsculos pecados, pecadillos inasibles, pero que el sacerdote, y nosotros ahora, calificamos de monstruos. Porque eran pecados de deleitación, eran pecados de circunstancias antecedentes. Premeditar. He ahí el pecado humano. Nosotros, bachilleres jesuíticos, hemos premeditado, hemos abusado de nuestra razón desde aquel lejano año de mil novecientos dos hasta esta cima dorada en que nos encontramos. Y nada hemos ejecutado; premeditábamos en los sutiles labios de las primas y en la dulce sonrisa volteriana. Nos recordamos acurrucados en el rincón penumbroso de la capilla, al lado del confesionario, de esa severa casilla en donde tuvo sus orígenes la psicología introspectiva, revisando nuestra alma, desplegando sus dobleces, atentos, buscando los animalillos de nuestra premeditación, con fruiciones de placer superiores a las que experimenta la mujer hermosa que recorre con sus dedos sensitivos las medias de seda. Nuestro mayor pecado estaba en el goce del examen; agrandábamos el animalillo para asombrar al padre Cerón. El pecado es lo que hace interesante al hombre. El mismo padre Cerón hacía una pausa admirativa en su ronroneo y entornaba los ojos cuando le presentábamos un vistoso insecto; cuando le describíamos sus delicadas alas, sus filigranas en que hacía juegos de perversidad la deleitación. Y nuestras almas se perfeccionaban así en el pecado; allí fue donde aprendieron los veinte tomos de los siete pecados capitales. ¡Qué soberbia en nuestra humildad!: se inclinaban más nuestras cabezas, se hacían más humildes nuestros ojos, pero se erectaba más nuestro orgullo satánico cuando el jesuita separaba de nuestras bocas su peluda oreja, nido de todas las complicaciones e hibrideces de los siete insectos capitales y decía silabeando: «¡Perversidad…!». Sí; nosotros somos los hijos del confesionario; ésa fue nuestra universidad; allí fue nuestro maestro de psicología el Diablo que con su cola prensil hurgaba y revolvía nuestras almas…
Por eso la psicología introspectiva es invento nuestro, invento de los pueblos latinos que se confiesan. Los anglosajones, al suprimir el confesionario, atentaron contra el progreso del alma; acabaron con el taller en donde el espíritu se modelaba y perfeccionaba en la deleitación y en el estudio de sus perversidades. "



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