El misterio del solitario (fragmento)Jostein Gaarder
El misterio del solitario (fragmento)

"Mi viejo y yo habíamos quedado en vernos en el camarote antes de cenar. Sin darle muchas explicaciones, le conté que había hecho algunas observaciones importantes, y durante la cena mantuvimos una interesante discusión acerca del ser humano.
Yo dije que me parecía curioso que los seres humanos, que somos tan listos para muchas cosas, como por ejemplo la exploración del espacio y la composición de los átomos, no sepamos más sobre nosotros mismos. Entonces mi viejo dijo algo tan inteligente que creo que puedo recordarlo palabra por palabra:
-Si nuestro cerebro fuera tan sencillo como para poder entenderlo, seríamos tan tontos que, de todos modos, no lo podríamos entender.
Me quedé un buen rato meditando sobre esta frase. Al final, llegué a la conclusión de que la frase decía más o menos todo lo que podía decirse sobre la pregunta que yo había hecho.
Mi viejo continuó:
—Porque hay cerebros mucho más simples que el nuestro. Por ejemplo, podemos, al menos hasta cierto punto, entender cómo funciona el cerebro de una lombriz. Pero la lombriz no puede; para eso, su cerebro es demasiado simple.
—Puede que haya un dios que nos entienda.
Mi viejo se sobresaltó. Creo que le impresionó un poco que yo fuera capaz de hacer una pregunta tan astuta.
-Puede ser. Pero, en ese caso, él sería tan enormemente complicado que seguramente no sería capaz de entenderse a sí mismo.
Hizo señas al camarero para pedirle una cerveza con la comida. Siguió filosofando hasta que se la trajeron. Mientras el camarero echaba la cerveza en el vaso, dijo:
-Si hay algo que no entiendo, es por qué Anita nos dejó.
Me llamó la atención que de repente utilizara su nombre, ya que solía decir «mamá», como yo. Mi viejo hablaba tanto de mamá que a veces me hartaba. Yo la echaba de menos tanto como él o más, pero me parecía mejor echarla de menos cada uno por nuestra cuenta que echarla de menos los dos juntos.
Añadió:
-Me parece que entiendo más de la composición del espacio que de las razones por las que esa mujer simplemente se fue, sin dar una clara explicación de por qué desapareció.
-Quizá ella misma tampoco lo entendiera —repliqué.
Después de cenar, dimos un paseo por el barco. Mi viejo señalaba a los oficiales y a la tripulación, explicándome el significado de los distintos galones e insignias. Yo no pude evitar pensar en una baraja.
Un poco más tarde, mi viejo me confesó que tenía la intención de darse una vueltecita por el bar. Pensé que era mejor no iniciar ninguna discusión al respecto, y le dije que prefería volver al camarote a leer mis tebeos.
Creo que le pareció bien quedarse un rato a solas, y yo, por mi parte, estaba ya pensando en lo que le contaría Frode a Hans el Panadero. Por supuesto, no tenía ninguna intención de leer tebeos del Pato Donald. Quizá fuera ése el último verano en que me gastara dinero en ese tipo de comics.
Al menos ese día aprendí una cosa: ya no era sólo mi viejo el que filosofaba. Yo también había empezado a hacerlo. "



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