La intermitencia (fragmento)Andrea Camilleri
La intermitencia (fragmento)

"Marisa accede y trata de incorporarse, pero no lo consigue: está realmente dolorida, el más mínimo movimiento le provoca un sufrimiento agudo. Entonces él se agacha, la levanta con delicadeza, aunque sujetándola firmemente por las axilas (sus manos son igual de fuertes que siempre y no ha acumulado ni un gramo de grasa con la edad; debe de tener todavía aquel cuerpo de estatua griega que ella deseó tanto), y le coloca las dos almohadas detrás de los hombros. Vuelve a sentarse. Marisa no hace ni siquiera ademán de taparse con la sábana: no tiene sentido mostrar pudor con Giancarlo; para él, ella es un territorio explorado hasta las regiones más recónditas. No obstante, por la intensidad con la que la mira comprende que jamás se cansaría de volver a recorrer, de un extremo a otro, ese territorio.
Antes de empezar a hablar, saborea el momento: está a punto de vengarse de Mauro, de la feroz decepción que ha supuesto para ella. Por un momento se había hecho ilusiones de que la hubiera perdonado y su gratitud se había desbordado como un vaso demasiado lleno. Sin embargo, lo único que quería el muy hipócrita era que de día, ante los demás, se mostrara como la señora de la casa, y de noche degradarla a la categoría de esclava, a simple objeto para saciar sus instintos más bajos. Bastó esa hora en el baño, cuando la forzó (porque de eso se trató, es inútil jugar con las palabras: fue una violación rabiosa), para que la verdadera naturaleza de Mauro se revelara y la gratitud emocionada de Marisa se transformara en un odio profundo. El mismo odio que siente hacia Guido. Ya le mostrará ella las oscilaciones… No, ¿Cómo dijo? ¡Ah, sí: las intermitencias del corazón! "



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