La solitaria pasión de Judith Hearne (fragmento)Brian Moore
La solitaria pasión de Judith Hearne (fragmento)

"Ah, qué preocupaciones tendrás tú, vieja seca, pensó Mary contemplando la puerta cerrada. Se inclinó, cogió la escoba y el cubo y se dirigió a la habitación de la señorita Friel, que estaba vacía.
Ya despierta, la señorita Hearne lanzó una mirada sombría a la estufa de gas. La habitación estaba caliente y el ambiente muy seco. La botella que había junto a ella estaba vacía. Al lado había otra, casi llena. Había perdido la noción del tiempo. Las cortinas seguían echadas y las luces encendidas. Apagó la estufa, abrió las cortinas y dejó que entrara la luz del día. Se sentía un poco mareada, pero animada y poderosa. Así que se sirvió otra copita.
Un trago siempre pone las cosas en su sitio. No es que la bebida ayudara a olvidar: ayudaba más bien a recordar, a ponerlo todo en claro, a organizar los hechos desordenados y desagradables de nuestras vidas componiendo con ellos un mosaico perfecto de belleza y racionalidad. Ella, alcohólica, no bebía para apartar de sí los peligros y las decepciones del momento. Bebía para poder considerar las pruebas bajo un prisma más filosófico y examinarlas de un modo más amplio y profundo, impulsada por el estímulo de lo irracional.
De modo que no podía sustraerse al hecho de que hubiera pasado toda la noche sin acostarse, sentada en una silla, tal vez haciendo mucho ruido y dando que pensar al resto de la gente, que podía haberse enterado de su secreto. Como estaba bebida, todas esas posibilidades le parecían entretenidas, aunque poco probables. No había olvidado su desagradable conversación con la señora de Henry Rice: más bien la recordaba con deleite y su mente alteraba, triunfante, los hechos, dotándolos de un barniz de valentía y heroísmo.
¿Y qué si es portero? Sí, la puse en su sitio, a esa gorda libertina. No se atreva a insultarme, dije yo. ¿Es que no se da usted cuenta de que no es más que la vulgar dueña de una casa de huéspedes? No, no se disculpe, buena mujer. Está usted perdonada.
El perdón. Sentada en su silla, con el vaso en la mano, se giró a medias hacia su tía, como pidiendo su aprobación. Pero la pobre tía estaba de cara a la pared. De cara a la pared, la pobre tía, como una niña mala. Ah, eso no le habría gustado nada.
Bien, de acuerdo, ya voy, dijo a la tía en tono condescendiente mientras se ponía en pie, tambaleándose. Te pondré bien, querida tía, pero tienes que prometerme que no vas a volver a ser desagradable conmigo. ¡Prométemelo! Dio la vuelta al retrato y empezó a sufrir pequeñas convulsiones al ver aquella expresión ofendida en la cara de ajo de su tía. Sonríe, le dijo, y la fotografía sonrió débilmente. Así está mejor, querida tía. Ese mohín… Ya lo hemos visto demasiadas veces.
El mohín era ya familiar. ¿Recuerdas cuando volví del internado?, le dijo Judy. ¿En 1931, cuando quería ir a Suiza a aquella escuela para señoritas? Pues el mismo mohín pusiste entonces. Quédate aquí, en esta casa tan buena que yo te ofrezco, dijiste. Y luego ya veremos.
Y la señorita Hearne se quedó. ¿Dónde podría ir, si no? La tía D’Arcy era muy aficionada a la música y celebraba veladas musicales en casa todas las noches, con el entrañable Herr Rauh y la pequeña Evaline de Courcy de solistas. Y aquellas horas de práctica cotidiana del piano… Qué pena, decía la tía D’Arcy, que Judy tuviera tan poco talento para cualquier cosa, y con la crisis de la industria es difícil encontrar hombres jóvenes y adecuados, y los pocos que hay quieren dote, y aquí no hay dinero; y si no hay dote al menos quieren belleza, una mujer hermosa que les permita mejorar su posición, sobre todo si ella viene de buena familia. Una pena, decía su tía, que esa Clodagh, la madre de Judy, se casara con tan poca sensatez. Se refería a la familia. Pero, claro, no es culpa de tu pobre padre haber nacido Hearne. Y hablando de grandes bellezas, tú nunca tendrás ni la cuarta parte de la de tu pobre madre, no: tú has salido a los Hearne, y eso sí que es una pena. Y no eran nada del otro mundo. Vulgares perdidos.
Una muchacha vulgar y sin dote tiene pocas posibilidades, como no sea la de reconciliarse con la voluntad de Dios. Así que Judy empezó a estudiar mecanografía y taquigrafía con Edie Marrinan, una compañera del internado, una muchacha alegre a la par que vulgar. Aquello le valió a Edie un puesto de funcionaría: aprobó el examen y se estableció con un buen sueldo. Pero la tía D’Arcy hizo un mohín al oír hablar de ello. Los funcionarios son unos intolerantes, dijo, y si algo va mal siempre echan la culpa a los católicos. Aun así, lo que es justo es justo, y la tía D’Arcy era única cuando se trataba de hacer justicia, de manera que una vez que Judy hubo estudiado y repasado las lecciones del método Pitman de taquigrafía hasta que el libro quedó esguardamillado, y una vez que las cartas escritas a máquina le quedaron perfectas, su tía llamó por teléfono a Dan Breen, el abogado, amigo de la familia, para preguntarle si tendría un puestecito para su sobrina. "



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