Firmin (fragmento)Sam Savage
Firmin (fragmento)

"Ahora, tras las bofetadas y conmociones de la vida, vuelvo la vista a la niñez con la esperanza de descubrir alguna confirmación de mi propia valía, alguna señal de que estaba destinado, al menos por un tiempo, a ser algo más que diletante y bufón, que me vi superado por las inexorables circunstancias y no por ningún fallo in­terno. Que se me diga «Mala suerte, Firmin», no «Podríamos habértelo dicho». Me froto los ojos y apunto el telescopio, pero, ay, éste no capta ningún divino aflato, ni siquiera magnifica unas cuantas chispitas de ingenio: sólo descubre un desorden alimenticio. En vez del te­lescopio, los médicos tirarían de sus estetoscopios, sus electroencefalogramas, sus polígrafos, todo ello en apo­yo de un diagnóstico aplastante: caso corriente de bibliobulimia. Y lo peor de todo es que tendrían razón. Y, ante dicho acierto esencial, ante la oprobiosa obviedad de su juicio aplastante —me gusta la palabra aplastan­te—, sólo me queda gritarme a mí mismo, igual que Ezra Pound en la celda de rata donde lo metieron en Pisa: «Derriba tu vanidad, te digo que la derribes.» Pound era uno de los Grandes.
Pero ya basta. La criaturita que yo era en aquel en­tonces aún no se barruntaba tantísimos sufrimientos. Instalado en el peldaño más bajo de la escalera de la vida, todavía era un niño en una fiesta, rejileto y alegre; y fueron felices aquellos días en la librería. O, mejor di­cho, fueron felices aquellas noches y aquellos domingos, porque no me atrevía a adentrarme en aquella titilante extensión durante las horas en que la librería estaba abierta al público. Desde nuestro oscuro escondite del sótano oíamos los murmullos de voces y el crujir de pi­sadas en el techo. Los oíamos y nos echábamos a tem­blar. A veces, las pisadas salían del techo y bajaban por los peldaños de madera que conducían al sótano. Por lo general, dichas bajadas venían seguidas de un periodo de silencio; pero a veces no, a veces venían seguidas de gruñidos y refunfuños, incluso de explosiones inexpli­cables, y todo ello nos asustaba terriblemente. Después venía el ruido del agua al correr, y luego las pisadas vol­vían a subir la escalera. Las pisadas de subida nunca eran tan fuertes como las de bajada. "



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