Firmin (fragmento) "Ahora, tras las bofetadas y conmociones de la vida, vuelvo la vista a la niñez con la esperanza de descubrir alguna confirmación de mi propia valía, alguna señal de que estaba destinado, al menos por un tiempo, a ser algo más que diletante y bufón, que me vi superado por las inexorables circunstancias y no por ningún fallo interno. Que se me diga «Mala suerte, Firmin», no «Podríamos habértelo dicho». Me froto los ojos y apunto el telescopio, pero, ay, éste no capta ningún divino aflato, ni siquiera magnifica unas cuantas chispitas de ingenio: sólo descubre un desorden alimenticio. En vez del telescopio, los médicos tirarían de sus estetoscopios, sus electroencefalogramas, sus polígrafos, todo ello en apoyo de un diagnóstico aplastante: caso corriente de bibliobulimia. Y lo peor de todo es que tendrían razón. Y, ante dicho acierto esencial, ante la oprobiosa obviedad de su juicio aplastante —me gusta la palabra aplastante—, sólo me queda gritarme a mí mismo, igual que Ezra Pound en la celda de rata donde lo metieron en Pisa: «Derriba tu vanidad, te digo que la derribes.» Pound era uno de los Grandes. Pero ya basta. La criaturita que yo era en aquel entonces aún no se barruntaba tantísimos sufrimientos. Instalado en el peldaño más bajo de la escalera de la vida, todavía era un niño en una fiesta, rejileto y alegre; y fueron felices aquellos días en la librería. O, mejor dicho, fueron felices aquellas noches y aquellos domingos, porque no me atrevía a adentrarme en aquella titilante extensión durante las horas en que la librería estaba abierta al público. Desde nuestro oscuro escondite del sótano oíamos los murmullos de voces y el crujir de pisadas en el techo. Los oíamos y nos echábamos a temblar. A veces, las pisadas salían del techo y bajaban por los peldaños de madera que conducían al sótano. Por lo general, dichas bajadas venían seguidas de un periodo de silencio; pero a veces no, a veces venían seguidas de gruñidos y refunfuños, incluso de explosiones inexplicables, y todo ello nos asustaba terriblemente. Después venía el ruido del agua al correr, y luego las pisadas volvían a subir la escalera. Las pisadas de subida nunca eran tan fuertes como las de bajada. " epdlp.com |