Muerte de una dama (fragmento)Llorenç Villalonga
Muerte de una dama (fragmento)

"Mareado a preguntas, el médico joven había caído en la inexperiencia de fijar día para la muerte de la señora. Como si ésta lo hubiera adivinado, aquel día se empeñó en no morirse. Pidió agua con azucarillos, mandó a casa de la baronesa a por colonia, a casa de Remedios a por un tintero, se lavó la cara como los gatos y se dispuso a escribir notas para su testamento. Sentía nombrar heredera universal a Remedios, cuyas melosidades la aburrían. No decidiéndose a hacer un nuevo testamento, deseaba al menos escamotearle algunas cosas. Por un momento pensó legar toda la plata al cochero, pero su sentido de clase se sublevó: un cochero ha de comer con cubiertos de palo. Dudó entre el confesor y la sobrina. Se decidió por ésta, que al fin era baronesa. Quiso luego repartir las joyas y los vestidos, no hallando nada bastante malo para doña María Gradolí, a quien detestaba porque sus hijas eran feas. Tampoco quería dejar el Cometa sin los mejores diamantes a su sobrina, porque sabía que estaba medio arruinada. En tales dudas acabó por marearse, volcó el tintero, se enfadó, discutió con la cocinera, insultó a Remedios, habló del antepasado santo y al fin quedó como muerta, el pelo revuelto, horrorosa, igual que una momia y con las manos negras de tinta. Remedios arregló cuidadosamente el embozo de la cama, corrió las cortinas, rompió, sin saber qué hacía, las notas de doña Obdulia, y se sentó en una sillita baja, dispuesta a rezar.
Entretanto, la baronesa sostenía una larga conferencia en un confesonario de la catedral con el confesor de doña Obdulia, que desde hacía algún tiempo lo era también suyo. Por primera vez después de seis días, doña María Antonia había salido de casa de su tía para oír misa y confesar. Llevaba la cara cubierta con el velo de crespón y olía discretamente a colonia y jabones finos. Enlutada, de perfil correctísimo, la baronesa parecía la imagen de la serenidad. Se comprendía que aquella penitente no podía cometer sino pecados escogidos que, por su corrección, casi equivaldrían a virtudes.
Entristecida por el estado de su tía, aquella señora tan «especial», que hasta en la hora de la muerte pensaba en bailes y cosas mundanas, la baronesa, con su aire imponente y sencillo, conseguía que don Valentín, casi sin darse cuenta, la informara del testamento de doña Obdulia, con lo cual confirmaba sus sospechas de que Remedios Huguet era la única heredera. La baronesa parecía preocuparse por la obra pía de la enferma, que sólo se dejaba unos funerales y trescientas misas. Don Valentín convenía en que era muy poco, dada la fortuna de la señora y su falta de descendencia. "



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