La mujer del médico (fragmento)Brian Moore
La mujer del médico (fragmento)

"Cuando ella entró en la cocina en sombras, buscando el interruptor de la luz, lo vio pasar a la sala y agacharse sobre una pila de discos de Peg, y sus ajustados blue jeans dejaron la cintura al descubierto y revelaron la piel desnuda de la espalda, hasta el comienzo del pliegue de las nalgas. El gran gato de Peg se acercó a Tom, se apoyó contra él y se frotó el lomo contra la pierna. A sus oídos llegó la música: barroco. Kevin odiaba la música «clásica». Un momento después ella lo vio incorporarse, entrar en la cocina y servir el vino, pasarle un vaso, y dirigirse al dormitorio. Ella se distrajo, cortando zanahorias, su mente colmada de él y de la música; y de pronto, en un súbito sentimiento de culpa, se volvió para mirar el reloj sobre la mesa de la cocina. Seguramente Kevin ya habría cenado, y estaba mirando la televisión; Danny estaría echado en el piso de su cuarto, realizando sus tareas con el perro Tarzán a su lado. Podía imaginar a Kevin repantigado en su gran sillón de respaldo alto, rodeado de periódicos, el televisor a todo volumen. Afuera llovía, y más allá del muro de ladrillos, al final del jardín, el alto y sombrío pico montañoso llamado la Nariz de Napoleón, elevándose en la noche sobre el Lago de Belfast. El centro de la ciudad sin duda estaba tranquilo; solamente la policía y las patrullas militares. Depositó las zanahorias en una cacerola con agua y encendió el gas, y provocó una minúscula explosión. Imaginarse a Kevin sentado en su hogar contemplando satisfecho la televisión, equivalía a mentirse. ¿Quién podía sentirse feliz después de dos días y dos noches tratando de comunicarse con su esposa en Francia, y sin saber en qué andaba? Es inexcusable no llamarlo. Y éste es el momento oportuno. Se dirigió al comedor, rebuscó en los cajones de la alacena, encontró cubiertos y servilletas y puso la mesa. En la sala el disco concluyó y la aguja emitió un desagradable raspado. Tom salió del dormitorio y puso otro disco. Comenzó a sonar la música. Vivaldi, ¿verdad?
A su hermano mayor Ned le gustaba la música clásica. Esta noche Ned seguramente estaba en Cork, sólo en su departamento de soltero. El otro hermano, Owen, debía estar en su casa de Belfast, con su familia. Su hermana Eily sin duda estaba ayudando a sus hijos a hacer los deberes, en Dublín. Todos los que se habían quedado en Irlanda seguían viviendo como si nada hubiese ocurrido. Se preguntó si Kevin había hablado con Eily o con Owen. Creía que no.
Debo telefonear a Kevin. Pero primero serviré la cena. No, hay que telefonear ahora. Es terrible no hacerlo. Le llamaré después de cenar, cuando Danny se haya dormido.
Un nuevo disco, esta vez música popular, Françoise Hardy cantando una canción que todos los habitantes de París parecían entonar ese año. Se dirigió a la sala, y él estaba de pie frente a la ventana. La tomó en sus brazos y al compás de la música bailó con ella en la sala, y los dos comenzaron a parodiar fragmentos de la música. Él tenía una hermosa voz de tenor. No lo sabía. ¿Qué más ignoro de él, de este muchachito mío? Miró su rostro con la alta frente enmarcada por la cabellera oscura y leonina, los ojos brillantes a la luz de la lámpara. ¿Con quién hizo el amor antes que conmigo, qué mujer lo convirtió en un individuo tan hábil? ¿Todavía piensa en ella, sea quien fuere, o él sabe olvidar tan bien como yo? Imaginemos que puedo olvidar para siempre mi pasado. Mi pasado, esa anécdota minúscula que es mi vida. Esa historia que empezó en la gran cama de bronce de mi madre, en el último piso del número 18 de Chichester Terrace, el 7 de noviembre de 1937, y recorrió distintas etapas, entre ellas la Primera Comunión y los concursos poéticos, y la Escuela Nacional y el internado en el convento de Glenarm, y los cuatro años en la Queen’s University de Belfast. En casa siempre éramos muchos; los cuatro hijos y papá y Kitty y las dos tías solteras, y la casa siempre colmada de gente; y ahora todos desaparecieron, desvanecidos como un recuerdo, y lo único que queda es un álbum de fotos y antiguas participaciones de casamiento y certificados de examen amontonados en el último cajón del pequeño escritorio que tenemos en la sala de nuestra casa de la calle Somerton. "



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