Una carretera en obras (fragmento) Mo Yan
Una carretera en obras (fragmento)

"El jorobado Liu se metió en la casa de su cuñado. En ella, había gente que no pertenecía a esa prefectura y vociferaba sin parar. Luego se dirigió a la de su tío, el tío Liu, que, como pudo ver, tenía las ventanas destrozadas. En su interior habían colocado varias tablas de madera para que hiciesen de camastros improvisados para acoger a alguien. El jorobado Liu pudo ver en la casa de su tío a un anciano remendando unos zapatos y unas ropas. Finalmente, se había topado con alguien que conocía. Ese individuo le contó que las gentes del pueblo se habían desplazado al cantón oeste del burgo. El jorobado Liu salió disparado hacia allí para encontrarse con su mujer y su hija, pero le informaron de que, dos meses atrás, se presentó un grupo muy numeroso de hombres que no eran de la prefectura y, entre ellos, había uno salido del mundo de los libros, pero con muy poca experiencia de la vida, que llevaba un uniforme caqui y azul índigo con unas pinzas metálicas pequeñas deslumbrantes colgadas en el cuello de su camisa de cuello largo. En su pecho llevaba insertada una pluma. Algunos le dijeron al viejo Liu que su mujer se había fugado con ese jovenzuelo a Dongbei, esas regiones del nordeste de China con sus campos dorados. Ese joven se había llevado tanto a la esposa como a la hija. A la mujer la vieron, según le contaron, con algo envuelto en una sábana. Ese bulto debía de ser, sin duda alguna, la hija. Otras gentes se lo habían confirmado, según pudo escuchar con sus propios oídos. El corazón del pobre hombre se llenó de rabia y amargura. Deseaba, por todos los medios, que su mujer y su hija volviesen a su lado. Quería recuperarlos ya, en ese preciso momento, y linchar hasta acabar con él a ese joven remilgado y fino, ese joven que seguramente sabía leer y escribir, no como él. Y seguro que era apuesto y fino, y no un campesino deforme y monstruoso como él. El jorobado Liu se fue a ver a las autoridades del pueblo para saber algo más sobre las circunstancias de la desaparición de su familia —se dirigió, en definitiva, a esas mismas autoridades que le habían enviado a las minas de Nanshan—, y uno de ellos le dijo que lo mejor que podía hacer era ir a la cantina, agarrar algo de comida, empaquetarla y marchar inmediatamente al sur, que era el lugar donde debía estar. Hacer otra cosa le iba a acarrear, sin duda, muchos problemas. No valía la pena quedarse en esa región con esos campos asolados por las sequías y el abandono de los hombres. ¿Qué iba a hacer allá en Dongbei? Le dijeron que se alejase dos o tres li y vería con sus propios ojos. A aquellas tierras se les había robado, por decreto gubernamental, su futuro. El jorobado Liu viajó día y noche y se llenó la barriga con agua nada más llegar a uno de los canales del río; seguidamente dio un bocado a sus provisiones. Durante la primera noche buscó desesperadamente alguna panocha de maíz, pero no la encontró, y se fue a dormir sin haber realizado su deseo. Al día siguiente recorrió cien li y, llegada la noche, se encontró con la necesidad de dormir de nuevo al aire libre en un bosque. En la tercera jornada pensó que había llegado finalmente a su destino. Al cabo de dos días, se sentía como un perro cazador que huele ya a su presa y corre con ansiedad hacia ella. Tomase un camino principal o un atajo, no iba a dejar de pensar en ellos. Ese mal olor, ese olor rancio e intenso a leche materna sobre el cuerpo de la mujer, le hacía marchar en el camino, y en esos momentos tampoco podía sacarse de la cabeza los llantos de la niña, como si todo eso lo tuviese delante; pero, en el momento presente, ya habían desaparecido para siempre. Ya no existían en la realidad, y él lo sabía. Su mujer y su hija se habían escondido en una de las casas de uno de los pueblos vecinos. Al llegar a ese lugar, el gran disco rojo del sol ya se habría puesto. En el lado norte se alzaba una de esas torres altas de ladrillo que coronan los hornos y podía verse el chorro del humo que se elevaba hacia el cielo, así como algunas llamas que enrojecían el interior de la torre. Había fuego por todas partes. Esos eran los nuevos tiempos. "


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