En una selva oscura (fragmento)Nicole Krauss
En una selva oscura (fragmento)

"Empecé a hablarles de la gran ballena gris que se había perdido y había acabado varada frente a la costa de Tel Aviv, pero no tardé en captar las primeras señales de angustia en sus voces y comprendí que había sido un error. ¡Ja, ja, ja!, exclamé, sin saber todavía a ciencia cierta cómo salvarlos de aquel pequeño fiasco, aquel charco de tristeza en el que no deberían caer bajo ningún concepto so pena de ahogarse, pues nunca les habían ofrecido la oportunidad de aprender a nadar. Habíamos puesto tanto empeño en su felicidad, mi marido y yo, nos habíamos tomado tantas molestias para blindar sus vidas frente a la tristeza, que habían aprendido a temerla como sus abuelos habían temido a los nazis o la escasez de alimentos. Aunque no fuera inmune a las pesadillas recurrentes de toda madre judía, en las que me veía intentando esconder a mis hijos bajo los tablones del suelo o cargándolos en brazos en una marcha de la muerte, lo cierto es que pensaba más a menudo en lo mucho que aprenderían como personas si tuvieran que vérselas unas semanas en algún bosque polaco, huyendo campo a través para salvar la vida.
Pero ¿acaso no era posible, me apresuré a sugerirles, que los científicos estuvieran completamente equivocados? ¿Que la ballena no hubiese ido a parar allí por error, sino por su propia voluntad, aislándose del grupo con gran esfuerzo y poniendo en peligro su vida para no traicionar su naturaleza? ¿Que la ballena se hubiese embarcado en una gran aventura?
Salvados una vez más, mis hijos empezaron a impacientarse. Finalmente, mi marido reapareció en la pantalla. En dos ocasiones, su rostro se pixeló y quedó congelado en expresiones que no tenían traducción cabal. Pero incluso cuando la imagen era buena, había algo inusual en su aspecto. A lo largo de los últimos meses, también él había empezado a cambiar. Si observas algo durante mucho tiempo, hay un momento en el que la familiaridad se troca en extrañeza. Tal vez no fuera más que cansancio, que mi cerebro economizaba energía interrumpiendo el flujo de asociaciones y perspectivas almacenadas que usa a cada instante para llenar los espacios en blanco y dar sentido a la información que los ojos le transmiten. O tal vez fueran los primeros síntomas de un Alzheimer al que creía estar predestinada, tal como lo había estado mi abuela. Fuera como fuese, me descubría cada vez más a menudo escrutando a mi marido con la misma curiosidad con que observaba a los pasajeros del tren, pero más intensa todavía, y con una sorpresa añadida, puesto que durante casi una década su rostro había sido para mí epítome de lo familiar, hasta que un buen día abandonó ese reino para adentrarse en lo unheimlich. "



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