Julia Bride (fragmento)Henry James
Julia Bride (fragmento)

"Ya hemos visto que observar y tomar conciencia eran actos que Julia acometía con igual presteza —tan pronto como la joven tenía un sujeto a su alcance—, y con su aguda perspicacia, de un solo golpe de vista, percibió que aquella desconocida presencia era la venturosa relación a la que el señor Pitman aspiraba y por la cual había navegado, con plácida majestuosidad, en sus turbulentas aguas. Parecía evidente que la señora de David E. Drack no era tímida, aunque tampoco resultaba amenazadoramente audaz; era, sin embargo, afable y «buena» —Julia estuvo segura al primer vistazo—, y en gran medida complaciente consigo misma —como las mujeres buenas y afables son propensas a ser—, además de extremadamente sentimental, y con un vasto e inocente espíritu malicioso: la dama se excedía ampliamente en tales picardías en las mismas dimensiones que su propia persona.
Envuelta en una extraordinaria cantidad de brocado negro rígido y brillante —con adornos de todo tipo que centelleaban y tintineaban, crujiendo y retumbando al más mínimo movimiento— exhibía un inmenso rostro, horrendo pero agradable, como un desierto uniforme en algún lugar remoto, en el que sus ojos desproporcionadamente pequeños parecían dos audaces aventureros casi sepultados por la arena. Cuando sonreía se estrechaban aún más, convirtiéndose en puntos apenas perceptibles —un par de simples y diminutas cabezas de alfiler emergentes— aunque el primer plano de la escena, como para compensarla, se abría con vasta benevolencia.
En pocas palabras, Julia observó… y lo hizo como si ya no precisara nada más; entrevió una oportunidad para el señor Pitman y una oportunidad para ella misma, así como la naturaleza exacta tanto de la circunspección como de la sensibilidad de la señora Drack; y vislumbró incluso, brillando allí en letras de oro y como parte de aquel fulgor enteramente metálico, la elevada cifra de sus ingresos, el más importante de todos sus atributos, y entrevió también —aunque quizá más como un borrón luminoso al lado de todo aquello— la combinación de éxtasis y agonía consecuencia de la esperanza y el miedo del señor Pitman.
Él hizo las presentaciones con su fe patética en las virtudes —válidas para cualquier ocasión— de un humor cordial, extravagante y experto, único para diluir todos los problemas. Presentó a Julia a la señora Drack como la encantadora y joven amiga de la que le había hablado en tantas ocasiones y que había sido para él como un ángel en tiempos difíciles; también calificó de maravillosa aquella oportunidad que había propiciado el encuentro casual en las salas públicas del museo, gracias a la cual había tenido a su alcance el placer de reunirlas.
Ciertamente, todo cuanto estaba diciendo carecía de importancia —pensaba Julia—. En lo que a ella concernía, todas sus palabras transmitían una presión moral tan inconfundible como si, por simbolizarlo de algún modo, él se hubiera arrojado a su cuello.
Entretanto, muy por encima de cualquier otra cosa, prevalecía la conciencia de que la buena señora, por muy enorme y amenazadora que hubiera aparecido, al cabo de un minuto se había sumido en un estado de suspensión e inmovilidad, impasible como estaba —hasta el ingenuo sobrecogimiento—, ante la visión de la joven. Julia había practicado casi hasta el desánimo el arte de adivinar con presteza, en las personas que la observaban, la impresión causada; pero resultaba un fenómeno sorprendente que, si bien con enojo, con abatimiento, estimaba que los superficiales ojos de los hombres —es su más alto nivel de necedad— le habían obsequiado con todo aquello que jamás había anhelado, aún podía sentir cierta frescura en los elogios de su propio sexo, cuidando de ver su imagen reflejada en los rostros de las mujeres. Probablemente nunca semejante dulce estaría exento de sabor, sobre todo siendo tan sombría la cuchara con la que más a menudo era administrado, amén de ser condimentado e intensificado por la habilidad de sus miradas. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com