En el cuarto oscuro (fragmento)Susan Faludi
En el cuarto oscuro (fragmento)

"Parecía inevitable una crisis, dada la oscuridad de la identidad personal que se desprendía de otras definiciones, como la del Oxford English Dictionary: «El hecho de que una persona o cosa sea ella misma y no otra.» Las tentativas de dar con una «teoría de la identidad» zozobraron con el paso de los años. El sociólogo Nathan Leites se lamentaba en 1967 (según cuenta Robert Stoller, también profesor de la Universidad de California y pionero en el tratamiento de la transexualidad), diciendo: «El término identidad tiene poco uso aparte de ser una especie de ropaje de fantasía que disfraza la vaguedad, la ambigüedad, las tautologías, la falta de datos clínicos y la pobreza de las explicaciones.» La divulgación del término no ha hecho ningún servicio. En un ensayo de 1983 titulado «Identificar la identidad», el historiador Philip Gleason observaba: «Conforme la identidad se transforma en cliché, su significado se vuelve crecientemente difuso y estimula cada vez más su uso informal e irresponsable. El deprimente resultado es que gran parte de lo que pasa por ser análisis de la identidad es poco más que una serie de incongruencias.» Sin embargo, a pesar de toda su ambigüedad, la cuestión de la identidad definió y atravesó la época de Erikson y la nuestra.
La identidad como concepto no entró en la teoría psicológica hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Erikson buscó antecedentes en sus antecesores profesionales, descubrió que Sigmund Freud utilizó el término en serio solamente una vez, en un discurso dirigido a la Sociedad B’nai B’rith de Viena en 1926. El padre fundador del psicoanálisis describía lo que lo hacía judío: no era «ni la fe ni el orgullo nacional», confesó Freud, sino «multitud de oscuras fuerzas emocionales, tanto más poderosas cuanto menos descriptibles con palabras, así como una clara conciencia de identidad interior». En pocas palabras, se sentía judío pero no sabía decir por qué.
Erikson había alertado ya en fecha anterior contra la tendencia a definir la identidad individual como algo que conquistamos y desplegamos nosotros solos. «Los “papeles” intercambiables que desempeñamos, las “apariencias” de las que somos conscientes o las “actitudes” firmes», dijo, no son «la realidad», aunque son algunos de los elementos destacados de «la “búsqueda de la identidad”.» De la interacción del propio desarrollo y la herencia colectiva surge un sentido de nosotros mismos más sólido. «No podemos separar el crecimiento personal y el cambio de la comunidad», dijo, «ni podemos separar [...] la crisis de la vida individual y la crisis contemporánea del desarrollo histórico, porque las dos se definen mutuamente y están estrechamente emparentadas.»
Así como es imposible separar la identidad individual de la identidad social, sostenía Erikson, es igualmente necesario hacer una síntesis de nuestro pasado y nuestro presente, integrar todos los aspectos de nuestra experiencia, incluso (o especialmente) las partes que preferimos no reconocer. Cuando alguien trata de negar una historia indeseada, «las etapas y los aspectos de la vida plurales y conflictivos», e insiste por el contrario en una «categoría que se vuelve absoluta», advertía Erikson, «esta persona se reestructura a sí misma y reestructura el mundo recurriendo a lo que podríamos llamar totalitarismo», una tiranía interior en la que un déspota interior patrulla «por una frontera absoluta», conservándola sin que importe si la nueva identidad es orgánica y sus componentes coherentes. "



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