Nocturnos (fragmento)John Connolly
Nocturnos (fragmento)

"Burke preguntó si podía ir al lavabo con la intención de disfrutar de un poco de intimidad y reflexionar sobre lo que había averiguado hasta el momento. Fred Paxton contestó que el retrete estaba fuera y se ofreció a acompañarlo, pero Burke le aseguró que era capaz de encontrarlo él solo. Cruzó la cocina, dio con el excusado y reflexionó mientras orinaba.
Cuando salió, vio a la señora Paxton tras la ventana de la cocina.
Tenía el torso desnudo y se lavaba con un paño ante el fregadero. Al ver a Burke, se interrumpió; al cabo de un momento, bajó la mano derecha y dejó los pechos a la vista. Tenía el cuerpo muy blanco.
Burke la miró sólo un segundo más; a continuación, ella se volvió lentamente y le dio la espalda, una mancha blanca entre las sombras, y desapareció. Burke rodeó la casa y regresó a la sala principal por la puerta delantera. Cuando llegó, Waters y Stokes se pusieron en pie, y los cuatro salieron juntos al patio delantero. Mientras Paxton hablaba con el alguacil de asuntos locales, Stokes se acercó parsimoniosamente a la carretera, a tomar el fresco. De pronto Burke se encontró a su lado a la señora Paxton.
[...]
Stokes comentó que el principio del invierno parecía haberse prolongado hasta febrero, porque si bien el solsticio invernal había pasado hacía ya tiempo, los días aún eran cortos en Underbury y alrededores. El alguacil Waters disuadió al inspector y al sargento de ir a ver a la familia Warden ya entrada la noche: «Son gente nerviosa, y a esas horas el viejo es muy capaz de recibir a cualquiera con una escopeta en las manos».
Por tanto, los policías regresaron al pueblo, donde comieron estofado en un rincón de la posada, sin que nadie los molestara preguntándoles por su salud.
Cuando acabaron, Burke anunció que quería visitar al doctor Allinson, y el sargento se prestó a acompañarlo, pero Burke rechazó cortésmente el ofrecimiento. Deseaba pasar un rato a solas, y si bien Stokes, por lo general, sabía en qué momentos debía callar en presencia del inspector, éste tendía a distraerse cuando había gente cerca. Pidió un farolillo al posadero y luego, tan pronto como las indicaciones le quedaron claras, salió a la calle y fue a pie a casa de los Allinson, a unos dos kilómetros al norte del pueblo. No brillaba una sola estrella, y Burke sintió la opresión de unas nubes invisibles.
Cuando llegó a la casa, todas las ventanas estaban a oscuras, salvo una situada bajo el alero más alto. Llamó ruidosamente y esperó, pensando que un ama de llaves abriría la puerta. Sin embargo, al cabo de unos minutos, fue la señora de la casa en persona quien, para sorpresa de Burke, salió a recibirlo.
La señora Allinson llevaba un vestido azul muy formal que la cubría desde los tobillos hasta el cuello, rematado con un sutil volante bajo la barbilla. En opinión de Burke era un tanto anticuado, pero ella lo lucía muy segura de sí misma, gracias en buena parte a su estatura y a sus delicadas facciones, así como a aquellos ojos verdes moteados que ahora observaban a Burke con cortés curiosidad y, pensó él, una expresión un tanto risueña. "



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