La respuesta está en el viento (fragmento)Johannes M. Simmel
La respuesta está en el viento (fragmento)

"Cerca de la Lorscherstrasse, había dicho Gustav. Tomé un taxi que enfiló autopistas y carreteras de nueva construcción, a cuyos lados se elevaban nuevos y enormes bloques de viviendas entre amplios espacios verdes. Luego, de repente, nos hallamos en un barrio distinto. Habíamos entrado en un laberinto de callejones, donde las casas eran viejas y parecían torcidas por el viento. Tuve la impresión de haber retrocedido a un pasado ya muy lejano.
En una de esas viejas casas de la Alexanderstrasse vivía Fred Molitor.
Una mujer obesa y corpulenta me abrió la puerta. Tenía al menos seis papadas y olía, como todo el piso, a col en adobo.
[...]
Me vi, pues, en el «salón», un pequeño cuarto de paredes empapeladas con dibujo de florecitas, muebles cojos, una mesa redonda con tapete de encaje, fotografías enmarcadas encima del televisor y vitrinas llenas de muñecas vestidas con trajes regionales, como las que pueden adquirirse en los aeropuertos o en tiendas de artículos para turistas: una española, un bávaro, una holandesa..., todas en sus cajas de celofán. Tomé asiento en un sofá, que crujió bajo mi peso.
Junto a la ventana pendía una jaula con una pareja de periquitos. El suelo entarimado había crujido, también, al atravesar yo la pieza. El sol entraba a raudales por la ventana, y resultaba cegador. El papel de las paredes formaba abolladuras. Me dije que la casa debía de ser húmeda.
Se abrió la puerta y apareció un hombre de cincuenta y cinco años, más o menos, delgado, muy pálido y, como todos los que trabajan de noche, con las mejillas hundidas y grandes ojeras violáceas. Fred Molitor —¿cómo tendría aquel individuo semejante nombre?— iba en bata y zapatillas. Me fijé en sus ojos, enrojecidos y delatores de cansancio. La mano que me tendió era fláccida.
La tarima del suelo crujió igualmente bajo sus pies. Cuando por la calle pasaba un auto, temblaba todo lo que había en la habitación. "



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