Preciosa Polly Pemberton (fragmento)Frances Hodgson Burnett
Preciosa Polly Pemberton (fragmento)

"Pero, aunque Polly no le olvidó, fue Framleigh quien alimentó un verdadero resentimiento durante más tiempo. Aquello suponía una experiencia nueva para él, tan inesperada que le pareció tanto más desagradable por ello. Durante unos días se sintió furioso, y luego se enfrió en una especie de cólera impasible contra la joven. Pero, como recordarán, su residencia disponía de vistas a la pequeña casa, y desde las ventanas de su cuarto tenía una completa panorámica de todo cuanto sucedía enfrente. Por la noche, cuando Montmorenci encendía el gas, en los pocos minutos que transcurrían entre su iluminación y el cierre de la contraventana, podía ver claramente el interior del pequeño salón; y debo revelar que, de un modo u otro, había adoptado el hábito de esperar a que se encendiera la luz, y se aprovechaba de la situación colocándose sombríamente tras sus propias cortinas mirando hacia el otro lado. Enojado como estaba, resultaba curiosa la enorme atracción que sentía por la mera visión de Polly. Después de aquel cambio en el estado de las cosas, se sentía realmente triste. En verdad, tenía razones para estarlo. Las nubes que alguna vez había imaginado más claras, empezaron a espesarse de nuevo a su alrededor, y llegó el momento en que se vio obligado a soportar las consecuencias de viejas imprudencias. En la disputa con su tío, su despótico orgullo había supuesto su ruina. No había sido consciente, hasta que fue demasiado tarde, de que el distanciamiento sería duradero, y que el capitán Framleigh de la Guardia, que debía vivir de su paga, era un individuo diferente al Framleigh de Gaston Court, el futuro heredero de la fortuna de su pariente. Se había acostumbrado a tantos lujos y extravagancias refinadas durante su vida, que el orgullo no le permitió renunciar a ellas en un primer momento; había cometido locuras pasadas que ahora debía pagar y, por tanto, en ese momento hubo de soportar las consecuencias de sus actos —viéndose obligado a renunciar a toda esperanza de que sus perspectivas cambiaran—, que no eran otras que soportar la carga acumulada de la deuda y la humillación de su propia recriminación y desesperanza.
¡Qué tonto había sido! Cómo maldecía el débil orgullo que le había guiado, cuando pudo haberse detenido y ahorrarse algo de carga, al menos. Ahora se veía obligado a renunciar a sus privilegios. ¿Por qué no había sido lo suficientemente sabio como para vislumbrar lo que inevitablemente acontecería, y enfrentarse de inmediato a lo peor? El mundo comprendió muy bien por qué había renunciado a sus elegantes habitaciones, a su carruaje, con su pequeño cochero de uniforme, e incluso a su ayuda de cámara; y, dejando su lujoso alojamiento, había establecido su residencia en los modestos apartamentos situados frente a la vivienda de los suburbios del «viejo Jack Pemberton» y su encantadora sobrina. Podría haberse ahorrado innumerables sufrimientos de la miseria posterior si se hubiera enfrentado a sus problemas desde un principio reconociéndose vencido. Era una persona relevante que ya no pertenecía a la alta sociedad, aunque debe decirse que mostraba una fría indiferencia hacia la opinión pública, y su aire de altivez provocaba en las personas de su entorno la misma admiración de antaño. Nunca había sido un hombre de muchos amigos, pero su reserva y su fría actitud le habían impedido granjearse verdaderos enemigos. Incluso los más oficiosamente malintencionados nunca se le habían acercado lo suficiente como para hacer algo más que desagradarle. Y, de este modo, aunque creía que su caída había sido grande, en el fondo no lo era tanto. Por mucho que sus circunstancias aparentes se hubieran modificado, no era probable que se encontrara con menosprecios o condescendencia, tal como habían soportado hombres mucho más populares tras sufrir varios reveses. No obstante, sufría ciertos aguijones, y a veces resultaban lo suficientemente afilados.
Cuando se sentaba a realizar sus tareas durante ese invierno. Polly podía atisbar a menudo, desde la ventana de su salón, a una diversidad de hombres andrajosos que llegaban a la puerta de la casa de enfrente y, con el tiempo, empezó a notar su presencia de un modo más particular. Ciertamente, no siempre eran hombres desaliñados; pero siempre había cierto aire a su alrededor que Polly nunca dejaba de reconocer; y cuando no eran unos desharrapados, resultaban muy llamativos y demasiado ostentosos, y muy propensos a joyas pesadas de aspecto sospechoso. Esta astuta joven sabía algo de esta clase de gente por experiencia propia, y comprendía lo que significaban esas conversaciones —en ocasiones prolongadas, a menudo impacientes— ante la puerta, que unas veces terminaban con la admisión de la persona que llamaba y su subida a la habitación del capitán, y otras con su despido en un tono de disgusto evidente. "



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