Historias de la prehistoria (fragmento)Alberto Moravia
Historias de la prehistoria (fragmento)

"En el principio de los tiempos el mundo era todo él una única, inmensa, llanura poblada solamente por tortugas. Sobre la llanura se veían tortugas que estaban paradas o caminaban, se reagrupaban o iban solas; pero en cualquier caso nada más que tortugas. Era en definitiva un mundo muy aburrido, tanto porque era plano y uniforme, cuanto porque estaba poblado de tortugas que, entre todos los animales de la creación, son ciertamente los menos vivaces. ¿Cómo es el carácter de la tortuga? Es sobre todo un carácter prudente. De hecho, en cuanto la tortuga ve algo que no le gusta, no se pone a mirar con la debida atención; enseguida, sin pensarlo dos veces, encoge la cabeza bajo el caparazón y si te he visto no me acuerdo; no la vuelve a sacar fuera hasta que no está segura de que el objeto en cuestión se haya mostrado absolutamente inofensivo a fuerza de inmovilidad inanimada. En una palabra, la tortuga no intenta comprender. Se encoge en su cascarón y espera, cabezota y obtusa, a que todo haya terminado.

Uno de aquellos siglos (entonces se decía así en lugar de decir «uno de aquellos días», porque un siglo en aquel tiempo duraba lo mismo que un día), uno de aquellos siglos hizo su entrada en este mundo de tortugas un cierto Rino Ceronte, el cual, además, no era otro que el animal conocido con el nombre de unicornio, o sea, un graciosísimo, agilísimo, vivarachísimo caballito, provisto en la frente de un bellísimo largo cuerno puntiagudo, blanco como la nieve. Rino Ceronte era lo que hoy se llamaría un prototipo. Dios se había cansado del mundo poblado solamente por tortugas: quería probar algo nuevo y diferente. Así que el unicornio era una prueba. Si funcionaba, Dios lo multiplicaría. Si no, pensaría en algo nuevo.

Rino Ceronte, a pesar de ser el único de su especie entre millones de tortugas, no perdió los ánimos. Ágil, vivaracho, enérgico y bromista, rápidamente encontró prados llenos de hierba en donde pastar, arroyos transparentes en donde calmar la sed, una bella gruta en donde dormir. El resto del tiempo Rino Ceronte lo dedicaba a jugar. ¿Con qué jugaba Rino Ceronte? Con flores, con frutas, con piedras, con el agua, con el polvo, en una palabra con lo primero que le venía a mano; pero sobre todo con las tortugas.

¿Cómo jugaba Rino Ceronte con las tortugas? La respuesta es rápida: les tomaba el pelo. Ya les daba la vuelta y las dejaba agitándose; ya les tocaba la nariz con su cuerno y la tortuga entonces encogía la cabeza bajo el caparazón, o bien les tocaba la cola y la tortuga en seguida la escondía. Y además se divertía saltándoles alrededor, brincando y haciendo cabriolas: como siempre, la tortuga renunciaba a comprender, se paralizaba bajo su caparazón, y así, reducida a una especie de masa ovalada, era capaz de estarse quieta, con la cabeza y la cola encogidas dentro, durante dos o tres siglos seguidos.

Resumiendo, Rino Ceronte se divertía. Y Dios comenzaba ya a pensar que la prueba había sido un éxito, y que le convenía ir sustituyendo gradualmente las tortugas por unicornios, cuando, para fastidiarlo todo, hete aquí que interviene Ser Piente, individuo insinuante y envidioso, enemigo de toda novedad, aún más prudente, si es posible, que las mismas tortugas. "



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