Tienda Central (fragmento)Vicki Baum
Tienda Central (fragmento)

"Existen también las oficinas de la administración, con sus indicadores de cotizaciones, los timbres y el martilleo de cientos de máquinas de escribir. Es allí donde hay siempre un ramito de flores sobre la mesa de una taquígrafa. A mediodía, un rayo de sol se desliza puntualmente en el sombrío salón de empaquetamiento.
Delante del tocador de señoras, al que las empleadas van a fumar un cigarrillo cuando están fatigadas, se charla sobre mil rumores que corren. En sus lavabos, los jefes de sección se cuentan chistes.
Más lejos están las mesas con seis, con cuatro, con dos aparatos telefónicos. Otras tienen veinte timbres, que hacen correr precipitadamente a los botones. En resumen, es un edificio que ocupa toda una manzana y en el que reina la fiebre de la compra y de la venta. Las paredes vibran, están llenas de resonancias. Y todo esto tan sólo para amontonar dinero, mucho dinero…
Hay largas mesas donde se escriben los precios sobre las etiquetas prendidas a las mercaderías. Algunos números son tachados, vueltos a escribir más arriba y tachar de nuevo. Es una tarea que interesa al viejo Philipp, quien podría quedarse largo rato observando y preguntándose cómo es posible que un modelo elegante baje de categoría hasta llegar a ser un saldo, cómo un mueble bonito se relega un día al sótano y por qué se liquidan los géneros.
«¿Qué hacen con lo que no se puede vender?», pregunta, y se entera de que existe una firma que compra todo lo que no sirve para nada, lo que no se pasó a retirar, lo que se rechazó, enviándolo quién sabe adónde, a Nueva Guinea, o a cualquier tribu de antropófagos… ¡al fin del mundo! Esto sumió en hondas reflexiones al viejo Philipp También él forma parte de lo que no se quiere más, de lo que ya no sirve… Después de veintiocho años pasados en la «Tienda Central», ¿qué podrían hacer con un pobre viejo como él?
Por la noche, después de haberse bebido media botella de «whisky», sueña que se pasea con un cartel gigantesco en la espalda, que muestra un precio tachado, rebajado, vuelto a disminuir, reducido a la nada.
De improviso, un murmullo recorrió la tienda; era como una especie de secreta inquietud. Sin que se supiera de dónde venía, circuló la noticia de que iba a haber despidos; muchas mujeres, como la señora Bradley, temblaron ante la idea de quedarse sin empleo, y trataron por todos los medios de sobresalir entre las nuevas, las mal educadas, las demasiado jóvenes, las aturdidas, las que estaban mal vistas por sus respectivos superiores.
Desde hacía algún tiempo, la señora Bradley sentía un dolor en un costado, que apenas se atrevía a confesarse a sí misma. Por la noche se excusaba ante sus huéspedes, se iba a acostar y Skimpy le ponía cataplasmas.
Su hija se quedaba jugando al «rummy» con el viejo Philipp y el matrimonio Bengtson. Como apuestas utilizaban algo que luego comían: «besos de chocolate», unos pequeños bombones oscuros que la confitería de la «Tienda Central» compró en una cantidad excesivamente elevado, y que no podía vender. Para librarse de ellos, se les proporcionaban a los empleados, en la cantina, a bajo precio. "



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