Donde uno cae (fragmento)Lorenzo Silva
Donde uno cae (fragmento)

"Lo que defiende suscita el entusiasmo de pocos o de nadie, diríase que ni siquiera el suyo. No está el horno para que la gente se eche a la calle enfervorizada a aclamar a un nuevo rey, que es el asunto del que se trata, y menos puede esperar el orador que abunden los monárquicos entre quienes lo eligieron con su voto. Pese a todo, acepta el deber de defender el pacto que en su día se hizo, y que honró durante décadas: corona a cambio de democracia. Sabe que muchos no lo entenderán, pero tiene la convicción de que denunciar ese contrato, justo ahora, es una imprudencia, y se aplica con firmeza a defender su validez. Se inmola de pie, fiel a sus ideas y a su estilo, sin haber tenido la oportunidad que acaso mereció y habría aprovechado mejor que algún otro. Se llama Alfredo y ya nunca será presidente.
El otro vive su instante agónico sobre el césped de un estadio lejano, bajo una tromba de agua que recuerda la lluvia que caía sobre el androide moribundo de Blade Runner, o la que según Onetti caerá siempre sobre la lápida donde se extingue su prosa, en ese último capítulo de Cuando ya no importe. Las manos que han levantado tantas copas en señal de victoria se agitan inútilmente en el aire en pos de los balones envenenados que le disparan dos cañoneros neerlandeses sedientos de gol y de venganza. Cinco veces, cinco, ha de agacharse a recoger la pelota del fondo de la red. Una de ellas, para mayor inri, se la han robado aprovechando una torpeza, y mientras el goleador exhibe su júbilo por la diana, el hombre cuya estrella se apaga permanece postrado de hinojos sobre el campo de su desdicha.
Toda comparación es odiosa, amén de impertinente, y los dos personajes pertenecen a mundos muy dispares, pero al verle así, hundido y anonadado, se echa de menos algo más de entereza: que se alce en la debacle como el otro, y afronte erguido la sentencia. Tal vez tenga que ver con la distinta conciencia con que uno y otro se enfrentan al trance: mientras que el primero sabe y acepta que todo acabó, y que no le resta más que componer una buena estampa fúnebre (con su ironía característica, se permitirá incluso agradecer lo bien que le entierran), al segundo el hundimiento le pilla de improviso, empeñado como estaba en prolongar sus días triunfales. Su último servicio se salda con un descalabro que tiene la amargura de la claudicación. Se llama Iker, y lo ha sido todo, pero el mañana le pide ya paso.
Injusto sería quedarse con ese rictus final, del uno como del otro. Ambos tuvieron, y se les deben, sus días de plenitud. Todo lo humano pasa y queda, como pasaron y quedarán ellos. "



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