Tocaia Grande (fragmento)Jorge Amado
Tocaia Grande (fragmento)

"Pedazo de hierro resonando contra el borde del zazo, el gitano Mauricio, profusos bigotes, brazos tatuados, pañuelo atado a la cabeza, recorrió Tocaia Grande de punta a punta anunciando la presencia de los eximios remendones de objetos de metal, de ollas y cacerolas. Dispensando pregón, oferta vana: ni una sola olla para arreglar; los cacharros de barro, las escudillas de lata no requerían cuidados. María Gina percibió cuándo, dirigiéndose hacia el campamento, Mauricio tomó al sol con las palmas y lo recogió en el fondo del cazo. Se hicieron densas las sombras del crepúsculo, crepúsculo de miedo y encantamiento.
Infatigables diablos, los niños embrollaron las chozas en ausencia de los moradores. Nadie trancaba las puertas al salir. No había qué robar, nada de valor, a excepción de los instrumentos de trabajo de Lupiscínio y de Bastiao da Rosa, de algunas pertenencias del viejo Gerino o dos hombres bajo sus órdenes en el depósito del cacao. Fadul puso al carpintero de sobreaviso; en cuanto al rubión Bastiao da Rosa, ejecutaba una obra en una hacienda próxima y había llevado consigo los utensilios de pedrero.
El número exacto de niños de la caravana jamás se supo. Surgían de repente, los pequeñitos y los grandotes, inmundos, legañosos, atrevidos, ojos de azogue buscando algo que ratear. Inocentes, lindos, necesitados, infelices, las manos extendidas, mendigando. Aun no habiendo qué robar, desaparecieron algunos utensilios: un pedazo de espejo, un cuchillo sin mango, la pipa de barro de Gerino, la bruja de paño de Nita Boa Bunda, menudencias.
Hasta la hora del crepúsculo cuando la tropa de la Fazenda dos Macacos desembocó en el descampado, conducida por Maninho con la ayuda de Valério Cachorrao, las prostitutas habían constituido la única clientela. Siempre sobraba en la cintura de la falda una moneda de cobre, un níquel con que pagar la lectura de la suerte en la palma de la mano o adquirir un adorno irresistible, un par de argollas, anillo de vidrio. Fue mínimo, sin embargo, el tráfico de bisuterías, pues en la venta de don Fadul se amontonaban sin salida colgantes iguales o más bonitos. Con todo, compraron una u otra chuchería, llevadas por la labia de las gitanas, hechizadas por los ojos de los gitanos, por los ojos hondos de Alberto. "



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