Reo de nocturnidad (fragmento)Alfredo Bryce Echenique
Reo de nocturnidad (fragmento)

"Y volvió a sonar Marinella. Para mí, esta vez volvió a sonar una Marinella muchísimo peor, en todo caso. Diario, ahora, además, y a las once en punto de la noche. El acto de amor más largo, más ardiente, más apasionado y más delirante del mundo arrancaba cada noche en la cama de los altos, situada justito encima de la mía. Los alaridos de ella, que no de otra cosa se trataba, porque a él debía bastarle con ser él, empezaban con una puntualidad realmente asombrosa, pero en cambio nunca se sabía cuándo iban a terminar. Todos los fuegos, todos los ardores y todos los orgasmos de Montpellier parecían concentrarse en la cama de los altos, y recuerdo que en más de una ocasión me descubrí agachando la cabeza de vergüenza viril al pensar que un solo hombre era capaz de organizar semejante escándalo en el vientre de una mujer y extraer una gama tan variada de alaridos, gemidos, chillidos, chilliditos, lamentos gitanos, ven pacá, no me sueltes, me matas, te mato, nos matamos, papi-papis, otra vez, ayayayáis sí y demás ayes de amor, en fin, el más amplio registro sonoro del que, estoy convencido, puede ser capaz el animal humano. El efecto de aplastamiento anímico y moral que la Marinella del fallecido juez me produjo siempre, era simple y llanamente un cero a la izquierda comparado al desarreglo total que me producía la voracidad inimaginable de mis nuevos vecinos.
Tenían todo el derecho del mundo a ser ellos cada noche, pero la verdad es que, conociéndose, lo menos que debieron hacer fue buscarse una apartada casa de campo. Porque el resultado de su perfomance privada terminaba por convertirse en una tremenda falta de consideración hacia sus vecinos, sobre todo el del tercero, o sea yo, ya que ellos vivían en el cuarto y último piso, el segundo no sé por qué no se alquiló nunca, y en el primero vivía un jubilado flaquito y sordo como una tapia. Me puse tapones en las orejas y me mudé a la sala, que era la habitación más alejada del dormitorio, pero la verdad es que oír aquel envidiable escándalo un poquito más o un poquito menos no aliviaba en nada el efecto devastador que producía en mi estado de ánimo.
Nunca he oído a nadie reírse tanto de la desgracia ajena como al Monstruo, cuando le conté lo que ocurría cada noche en el departamento de mis vecinos de arriba. Por supuesto que se lo contó a todos los parroquianos del bar de Bernard y que el asunto se convirtió inmediatamente en motivo de mil bromas y libaciones. Yo sostenía que a una mujer tan sonora no se la podía llevar a vivir a un edificio, pero nadie me tomaba en serio, pensando que exageraba, y no faltó quien dijera que alquilarles ese departamento era una prueba más de que en Francia existía una total libertad de expresión. "



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