La cuadratura del círculo (fragmento)Álvaro Pombo
La cuadratura del círculo (fragmento)

"Era verosímil. Los miedos de Milleflor, la violencia con que el duque le puso a pan pedir eran ejemplos de sobra. Despabilado por completo, Acardo se rascó la cabeza y echó a un lado la manta. Paulet roncaba levemente ya, rendido por el viaje. Acardo se sobrepuso a la vigorosa sensación de cansancio que succionaba sus miembros, su cabeza, en las tranquilas arenas del descanso nocturno. Si me duermo estoy perdido, pensó. La imagen de Bertrán atado como un fardo al caballo se reprodujo varias veces en su cabeza, sin causarle especial temor o preocupación. No era Bertrán. Era verosímil que el duque no tuviera en cuenta a Bertrán: el peligro estaba en el duque mismo. Este sentimiento era confuso. Por un rato se entremezcló con la sensación de no haber cumplido con el propósito de buscar a su padre. No era miedo sino inquietud, inseguridad. Eso le mantuvo despabilado hasta las primeras horas del alba. Por fin se puso en pie, reunió sus cosas. En silencio salió de la tienda. El centinela que dormitaba junto a la fogata no se dio cuenta de su salida. Su caballo le reconoció. Relinchó brevemente. «No hagas ruido, caballo», susurró Acardo. «Nos vamos los dos de aquí, sin hacer ruido». No estoy huyendo —se dijo—, solo guardando las distancias, por si las moscas —concluyó—. Con un centenar de leguas entre el duque y yo, veré todo más claro. Después ya veremos. Ya salían despacio. Acardo acarició el cuello musculoso de su caballo, que le hacía sentirse protegido, amado. Ayúdame ahora, caballo, a distanciarme del duque. Nadie se dio cuenta de la partida, aún no había salido el sol. Cabalgó en dirección nordeste. No estoy huyendo —se dijo, cuando las fogatas del campamento desaparecieron tras él—. No estoy huyendo, repitió varias veces. Pero a medida que se internaba al galope en el entre dos luces de la madrugada friolenta, la aceleración del animal, el galope, la aceleración de su propio corazón, le delataron: huía, sí. Huía, huía, huía. La ronca voz de Paulet advirtiendo «¡Ojo con el duque!», le aterrorizó ahora como los cuentos de brujas y diablos le aterrorizaban de niño. "


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