La visita del médico de cámara (fragmento)Per Olov Enquist
La visita del médico de cámara (fragmento)

"Christian VII tenía solo treinta y tres años. Lucía como si ya fuera un hombre viejo, muy bajo y demacrado, con una cara caída, sus ojos agonizantes eran testigos de su enfermizo estado mental. Lo extraño era la relación entre el rey y Guldberg. Que podría ser descrita como la de un viejo y su paciente, o un par de hermanos, o como si Guldberg fuera el padre de un niño malcriado o enfermo. Al mismo tiempo estaban unidos de una forma casi perversa. La perversidad era que el Rey se comportaba como un perro asustado pero obediente, y Guldberg como su severo pero amante maestro. Su Majestad actuaba como si se humillara ingratamente, casi como acobardándose. Los miembros de la corte no mostraban interés alguno por el monarca, al contrario lo ignoraban o se alejaban de él riéndose cada vez que se acercaba, como si desearan evadir su vergonzosa presencia. Como si fuera un niño difícil del que se habían cansado hace mucho tiempo.

El único que reparaba en él era Guldberg. El Rey continuamente mantenía tres o cuatro pasos por detrás de Guldberg, siguiéndolo cual siervo, parecía ansioso de no ser abandonado. Ocasionalmente Guldberg, con un gesto o una mirada, le daba al Rey una pequeña señal. Esto sucedía siempre que él murmuraba demasiado alto, se comportaba trastornado, o se desplazaba muy lejos de Guldberg. A su señal, el Rey Christian vendría corriendo rápida y obedientemente. Cuando los murmullos del Rey eran particularmente inquietos y ruidosos, Guldberg iba hacia él, gentilmente le tocaba su hombro y le susurraba algo al oído. El Rey comenzaba entonces a pedir perdón mecánicamente, una y otra vez, con movimientos casi espasmódicos, como si el Rey danés fuera un perro que declaraba su completa devoción a su amado maestro. Se mantenía haciendo la reverencia hasta que Guldberg, con otro comentario susurrante, conseguía que los peculiares movimientos del personaje real se detuvieran. Entonces Guldberg le daba una palmada en la mejilla y era premiado con una sonrisa gratificante y sumisa, que llenaba de lágrimas a los ojos del embajador Keith. Éste escribía que la escena estaba tan llena de desesperación que era casi insoportable. Keith anotaba su gentileza y el desprecio y la mofa expresada por el resto de la audiencia que no eran apreciadas por Guldberg. El parecía ser el único en prestar atención al Rey.

Sin embargo, había una repetida expresión en la habladuría "como un perro". El gobernante absoluto de Dinamarca era tratado como un perro. La diferencia era que Guldberg parecía mostrar una sensación amorosa de responsabilidad por su perro. Verlos juntos, y los dos eran físicamente de remarcable corta estatura, era para mi una extraña y perturbada experiencia, ya que todo el poder del país, formalmente y prácticamente, emanaba de esos dos peculiares enanos. "



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