Reunión de bachilleres (fragmento)Franz Werfel
Reunión de bachilleres (fragmento)

"Cuanto más avanzaba el curso, cuanto más se acostumbraba Adler a la bebida gracias a nuestra insistencia, cuanto más nos abandonábamos a nuestra obsesión espiritista, tanto más triste y reservado se volvía. Esa tristeza se instalaba alrededor de su cabeza como una capa aislante.
De acuerdo con las palabras de Ewald Ressl, entre nosotros se le consideró un médium. Pero yo no creo que poseyera cualidades para serlo. Y a pesar de ello, en aquella época yo insistía en que era un médium, quizá sólo porque médium supone algo pasivo, ambiguo, afeminado.
Ahora veo claro los motivos que entonces ni yo mismo sospechaba.
Si Adler era médium, a mí me correspondía ser hipnotizador. La superioridad tenía que seguir demostrándose. Me ofrecí para hipnotizarlo en presencia de los demás. Él se resistió y quiso levantarse e irse. Schulhof lo retuvo y lo hundió en un sillón. Le obligamos a quitarse las gafas. Yo me senté frente a él, mirándolo fijamente, mientras me concentraba con toda la fuerza de mi voluntad.
Era la primera vez que miraba en el fondo de sus ojos. No llevaba gafas y mantenía abiertos los párpados enrojecidos. En aquel fondo había paz y serenidad. Mientras me sumergía en aquellos ojos grises, descubrí que Adler jamás había cambiado su opinión sobre mí y que jamás lo haría. La paz de aquellas pupilas me indicaba que yo no le había infundido sentimientos de estima, aunque tampoco de odio. Mientras yo, como un poseso, lo miraba fijamente a una distancia de diez centímetros, él lograba hacer caso omiso de mí sin el menor esfuerzo. Yo redoblé mis esfuerzos, tomé sus manos entre las mías y contuve la respiración. Entonces él cerró los ojos. Los cerró con expresión de asco. La cabeza empezó a oscilar, de su pecho se escapaban gritos sofocados. Pero también yo caí en un estado de aturdimiento. Su ancho rostro enrojecido se acercaba cada vez más a mí, se transformaba en el triste disco lunar, se convertía en un extraño planeta incandescente, flotando solo en el espacio. Acaso yo también era una estrella infortunada. Sin embargo, Dios había otorgado Su gracia a Adler y no a mí. Ahora lo sabía, y lo supe a cada instante.
De pronto, Adler me apartó, pegó un salto y salió corriendo. Tuvo que vomitar.
La mayoría de las veces perpetrábamos nuestras chiquilladas en una habitación que hacía las veces de sala en casa de Ressl. En ella permanecíamos hasta las dos o las tres de la madrugada.
En las palabras que intercambiábamos con los espíritus, en las apariciones que creíamos tener, quizá no todo eran imaginaciones o ayuda por nuestra parte. Quizá hubiera, no ya algo sobrenatural, pero sí al menos un vestigio, un átomo de realidad no inventada que vagaba asustado por nuestro lúgubre círculo.
Era un revoltijo enmarañado de embustes, credulidad, exaltación, cinismo y otros elementos.
Durante esas sesiones bebíamos en exceso. Una vez, eran ya las cuatro de la madrugada, hizo su aparición la figura de una mujer mayor, vistiendo enaguas y bata blanca. Era la abuela de Ressl, «la vieja», como la llamábamos, una dama que había enviado a su hijo a correr mundo, el gran empresario textil Ressl, cuando no era más que un pobre dependiente de comercio. Ahora, sin creérselo aún, custodiaba el palacio del nuevo rico.
Lo primero que vio la vieja fue que en el reluciente parquet de la sala no sólo estaban esparcidos los pedazos de una costosa cristalería, sino que también el licor dulce estaba desparramado, formando pringosos charcos. Surgiendo de las sombras, se precipitó sobre aquel destrozo y empezó a fregar y frotar el suelo con un pañuelo. "



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