Seibē y las calabazas (fragmento)Naoya Shiga
Seibē y las calabazas (fragmento)

"Lo cierto es que el entusiasmo de Seibē era muy intenso. Un día, Seibē andaba por un camino de la costa, desde luego, sin parar de pensar en las calabazas. De pronto, algo atrapó su mirada. Se quedó estupefacto. Era la cabeza calva de un viejo que había aparecido de repente tras una de las tiendas colocadas en fila al borde del camino. Estaban de espaldas a la playa. Seibē pensó que era una calabaza. Se quedó ensimismado durante un buen rato: «Es una calabaza maravillosa». Cuando volvió en sí reaccionó con perplejidad. El viejo había entrado en una calleja del otro lado moviendo enérgicamente su calva cabeza, que además tenía un buen color. De repente le pareció tan gracioso a Seibē que se partió de risa en voz alta él solo. Era tan insoportable que corrió unos sesenta metros. Aun así, no pudo dejar de reírse.
Estaba muy entusiasmado con ese tema. Por eso, siempre que andaba por el pueblo, se quedaba de pie mirando fijamente delante de casi todas las tiendas que tenían calabazas colgadas: tiendas de antigüedades, de utensilios domésticos, de chucherías, verdulerías o casas especializadas en calabazas.
Seibē tenía 12 años y aún estudiaba en primaria. Cuando volvía del colegio, en vez de jugar con otros niños, solía ir él solo al pueblo a mirar calabazas. De noche se sentaba con las piernas cruzadas en un rincón del salón y cuidaba de sus calabazas. Cuando terminaba la rutina de mantenimiento, metía sake en ellas, las cubría con paños y las metía en una caja de lata. Luego las guardaba dentro de la mesa camilla y se iba a la cama. A la mañana siguiente, nada más levantarse, abría la caja para mirarlas. La piel de las calabazas sudaba a la perfección. Seibē nunca se cansaba de contemplarlas. Después las ataba con cuidado a unos hilos, las colocaba debajo del alero y se marchaba al colegio.
El pueblo donde vivía Seibē era una localidad dedicada al comercio a la que llegaban barcos. La consideraban una ciudad, pero era un sitio bastante pequeño. Si uno camina durante veinte minutos, podía atravesar la parte más larga de su trazado rectangular. Así, por muchas tiendas que vendieran calabazas, Seibē las podía visitar todas durante su paseo diario. Y así es posible que ya las hubiera visto casi todas.
No tenía especial interés en las calabazas antiguas, sino en las que aún estaban sin pelar y había que cortarles la boca. Además, la mayoría de su colección tenía esa forma de calabaza y su aspecto era bastante ordinario. "



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