La señora March (fragmento)Virginia Feito
La señora March (fragmento)

"Ahora, en la cola de la pastelería, miró los guantes de cabritilla que acababa de quitarse, y luego se miró las uñas, y quedó consternada al ver que las tenía secas y partidas. Volvió a ponerse los guantes y, al levantar la cabeza, se dio cuenta de que alguien se le había colado. Convencida de que debía de tratarse de un error, intentó discernir si aquella mujer solo había ido a saludar a alguien que ya estaba en la cola, pero no: la mujer estaba plantada delante de ella en silencio. Nerviosa, la señora March trató de decidir si debía confrontar a la mujer con lo ocurrido. Colarse era de muy mala educación, si es que esa había sido su intención, pero ¿y si se equivocaba? Así que no dijo nada y se mordió la cara interna de las mejillas (un hábito compulsivo que había heredado de su madre) hasta que la mujer pagó y se marchó y le llegó el turno a la señora March.
Desde su lado del mostrador, sonrió a Patricia, la dependienta de mejillas coloradas y melena rizada y frondosa que llevaba la tienda. Patricia le caía bien: la veía como a una especie de mesonera rolliza y malhablada pero amable; el clásico personaje que protegería a una pandilla de humildes huérfanos en una novela de Dickens.
—¡Aquí llega la mujer más elegante del barrio! —dijo Patricia al ver acercarse a la señora March, que le sonrió y se dio la vuelta para comprobar si alguien lo había oído—. ¿Lo de siempre, tesoro?
—Sí, pan de aceitunas negras y... Bueno, sí —dijo—: hoy también me llevaré dos cajas de macarons, por favor. De las grandes.
Patricia rebuscó detrás del mostrador, agitando su gran mata de rizos de un lado a otro mientras completaba el pedido. La señora March sacó la cartera sin dejar de sonreír, complacida por el halago de Patricia, y acarició con la yema de los dedos las protuberancias de la piel de avestruz. "



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